Consentimos, y, cuando nos damos cuenta, no podemos cambiar un sistema que nos envía directamente a la montaña mágica de semblante solitario. Escribo nombres que ya no reconozco. No quiero ser transparente para evitar la agresión de quienes no creen en el amor, en las razones de vecindad, en el arraigo de los buenos sentimientos... Aplicamos un cuento que nos traza una línea que es todo menos recta. Supongo que, si nos hartamos, será mucho peor: quizá podría ser el reconocimiento de una apatía, de un nihilismo que puede hacer que nos detengamos para siempre. Aceptamos un orden de cosas que nos pasma, pero entiendo que ha llegado el momento de variar del todo.
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