Me vendes a impostores que reclaman un tesoro que no existe. No han sabido ver los auténticos valores de un destino que sí pudo ser universal. Me colocas entre mercaderes que me rompen la moral.
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Estoy convencido de que me quisiste, pero no te dejaron demostrármelo, y tú tampoco te permitiste ser dichosa con nuestros quehaceres cotidianos, con la placidez de este paseo en común.
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Me has sorprendido, y tengo que subrayar que no positivamente: supongo que me devuelves lo que previamente he plantado. Ya no sirven los lamentos, como sabes, como sé.
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