Hoy siento la mirada que no tienes, la que no poseo, la que me ofreces sin otorgarme ese beneficio que es duda. Los sentimientos me llevan por doquier con una premura que hace daño. No somos tras esa sonrisa de antaño, si es que fuimos. Soñamos con detenernos en alguna parte. La sorpresa ya es un factor no determinante que hemos apartado de nuestras vidas.
Los sueños de las razones nos producen un malestar que profundiza en los espacios finitos, que nos pueden. No podemos aceptar las cosas como son, pero ahí están como si nada. Los lamentos nos nutren en este compartimento estanco que agudiza el ingenio como si fuera la misma nada.
Iré a verte algún día. Esto es lo que pienso sin realizar el milagro del cariño ni en la más mínima expresión. No comprendo lo que ocurre. Hemos languidecido en la noche de los tiempos, que hoy, no como antes, saben a derrota. Miro sin verte, sin contemplar la luz de mi rostro en ti. Gano una nueva tanda de tristeza, que me vuelve torpe, huidizo, frágil, más débil de lo que pensé jamás.
Hemos aglutinado fuerzas de donde no parecía quedar nada. Los elementos sustanciales se han vuelto extraños. Navegamos sin rumbo fijo. Nos hemos alertado. Insistimos en las avaricias sin saco, en las destrezas que previenen sin clarificar nada. Hemos podido hablar, pero no lo hemos hecho. No estamos listos.
Pensamos en tenernos, en avisarnos, en registrarnos en la nueva historia que, en estos momentos, nos puede. Nos hemos calmado. Anochece una vez más cuando nada es lo que aguardamos. No es jueves, ni por nada del mundo asoma el milagro. Irá bien, claro que irá, pero no en esta dimensión que nos traspasa el alma.
Hemos vivido en otra dimensión con una variedad que nos escandaliza en silencio. La armonía se ha vuelto furia interior. La tempestad nos hace radicales en los supuestos criterios infinitos. Iré a tenerte, pero no tendré nada. Ya lo sé. Lo digo, me lo digo, para no ceñirme a la noria que nos hace mirar sin sentido hacia una espiral donde no detectamos ni el principio ni el fin.
Hemos acudido a una nueva cita. No sabemos quién la convoca. Intuimos el resultado, pero, por unos instantes, aguardamos que la sorpresa nos gane la partida. ¡Bendita derrota!
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