Te retiras de la batalla antes de ser vencida. No tienes interés en conservar ninguna dignidad, ni la tuya ni la mía. Has decidido la marcha a ninguna parte, y los dos nos asomamos a la experiencia, ya conocida, de la soledad mancilladora. Me vuelvo sobre mis pasos, y me digo que no volverá a suceder, y ya sé que me equivoco.
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Las convenciones y las prisas me llevan por conductos nada reglamentarios que me proponen la baza de la callada como respuesta a un mal de ausencias que no termino de combatir. No obtengo el beneficio del amor eterno, y empiezo a dudar de su existencia.
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Me desplazo hasta tu rincón y saboreo tus dones con la voluntad del que no quiere perder ni una pequeña dosis de felicidad. Te quiero.
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