domingo, 16 de noviembre de 2008

Sabores y aromas de la memoria

Las poesías que tienen en sus manos mis entregados lectores, o lectoras, salen de lo más hondo de mi corazón, de la sima de mis anhelos, y están prestas a confesar lo que me honra el amor, en instantes de apasionamiento o de triste melancolía. No hay excusas para sumergirme en la sinceridad más absoluta, buscando mañanas, regresando a noches exquisitas, con todo el recorrido del mundo, en el silencio de las horas, que es cuando me confieso mejor.

Sí, el rubor, o una suerte de éste, me invade ante los propósitos de avanzar, de identificarme como soy, en mis mismas limitaciones. Los colores del arco iris me llevan a una especie de paraíso terrenal o virtual. Soy consciente de lo intangible que es el concepto tiempo, que vuela, que se diluye, que se pierde. Las emociones me regalan unos sentimientos que muestro casi en su ingenuidad, a veces en carne viva, y trato de acertar a la hora de decir qué es lo que pienso. Estoy preso de lo que destaco, y de lo que callo, y de lo que experimento, a menudo pesar, en otras ocasiones pura dicha. La memoria me trae los recuerdos de lo que fue, si fue, que seguro que algo ocurrió.

Ahora me despierto, buen amigo, buena amiga, y veo en claro la textura de unos pasajes con sabores, aromas y coloridos muy particulares. Aún quedan zonas en las que escribir, huecos en los que hincar lápices azules, verdes y rojos. Querido lector, estimada lectora, ése es parte de vuestro trabajo. ¡Buen provecho! ¡Sed felices!

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