domingo, 29 de septiembre de 2013

Identidades

Recordaba una canción de mi infancia que su autor (cualquiera de nosotros) no había encontrado (todavía) lo que andaba buscando. Creo que era de U2. Tenía más dudas, pero entiendo que ésta era de las principales. Saber quiénes somos y a dónde vamos tiene mucho que ver con búsquedas, aunque es verdad que la mayoría de las veces lo que realizamos, como le ocurría al pintor Picasso, es encontrar, no sé si por casualidad o causalidad.

            El esfuerzo está ahí. Hay un compromiso diario de cientos, de miles, de millones de personas para salir adelante, para avanzar, para que las cuestiones más o menos rutinarias, fundamentales o no, operen con normalidad, sin estridencias, sin soledades. Todos lo intentamos.

            Un excelente ponente en una interesante mesa redonda nos recalcaba que, hoy en día, lo importante es que trabajemos sobre perfiles profesionales, que nos vayamos haciendo a nosotros mismos conforme a una voluntariosa formación y persiguiendo el atractivo de aquello que nos gusta y complace, lo cual, insistía, constituirá un extraordinario complemento en el aprendizaje obtenido.

            Repetía Aristóteles la necesidad de conocernos a nosotros mismos. Si no somos capaces de afirmar lo que nos pasa, lo que nos sucede, lo que pensamos, difícilmente podremos poner coto a aquello que nos pueda hacer daño o que suponga dilación o impedimento. Tampoco podremos fomentar lo que nos engrandece u otorga dicha.

            Todo, sin ánimo de mostrar reduccionismo, es un problema de identificación. Hemos de conocer los obstáculos, lo que nos interesa, lo que nos entretiene, lo que nos aporta paz y conocimiento, lo que nos hace ser felices de verdad, en equilibrio, con mesura.

            No podemos mudar lo que no conocemos, lo que no es señalado en sus dimensiones y perspectivas. Diseñemos, pues, el entorno. Hemos de caracterizar lo que tenemos enfrente antes de ser actores respecto de lo que nos acontece. El aprendizaje ha de ser continuo.

                Un problema añadido de las identidades (de las que desarrollamos), porque como sociedades afortunadamente variopintas nos hemos empeñado en ello, nos puede venir por el hecho de desconocer, a conciencia o por falta de tiempo o afán, al otro, al prójimo, al que ostenta una presencia distinta a la nuestra. Los tópicos y los estereotipos juegan malas pasadas en este sentido, más de las que analizamos.

Percibir y comprender

                Debemos dispensarnos tiempo para comprender lo que nos ocurre. Hay tantas cosas que no salen bien, que no nos contentan, que apenas percibimos a los héroes que aún pululan por ahí en busca de mejorías perennes. Los hay. La intrahistoria precisa de reconocimientos para que no se ahogue en aspectos nimios. Hemos de saber identificar esos pequeños milagros que nos suceden, aunque no siempre les demos importancia, como es tener salud, trabajo, capacidad de enamorarnos y de saborear sensaciones, esto es, posibilidad de vivir. Como decía el recordado Paco Rabal en Pajarico (1997), “qué bien se está cuando se está bien”, pero, evidentemente, para valorarlo debemos vislumbrarlo previamente. Hemos de reconocer esas situaciones, aunque sean repetidas, que, por otro lado, es lo aconsejable, lo deseable.

            Parte de la crisis actual es por no haber sabido, en la desmesura, qué hacer y con quién, por no haber detenido la agria voluntad de crecer hasta el infinito, por no haber confiado y pensado en los demás, por no recordar que la medida de todas las cosas es el ser humano. No hemos identificado (no hemos querido) las prioridades, y, en consecuencia, no hemos sido capaces de defenderlas. Eso, en sí, es un gran problema. No nos hemos ayudado colectivamente a nosotros mismos. La felicidad que es un bien primario y prioritario se quedó para el día después, e incluso pensamos que vendría desde lo material. Por eso, al caer lo tangible todo ha sido tristeza. Asimismo, fuimos muy tolerantes con quienes se equivocaron a su exclusivo favor.

El consejo, sin ser amante de ellos, es que oteemos lo que nos reporta alegría propia y compartida (no puede ser de otro modo), y que defendamos esa actividad que nos puede mantener joviales como una prioridad básica. Si es de esta guisa, tal vez consigamos plenitud  para nuestro entorno inmediato, al que nos debemos. No hay otro camino que buscarnos desde la emotividad y la docencia de quienes son almas afines. Convivir y aguantar a las que no lo son es un síntoma de debilidad y de fracaso. Por esa razón es tan importante saber, como ya se ha anotado, quiénes somos, a dónde vamos, con quiénes, por qué, y qué cambios son precisos ante los equívocos o desganas. En parte, todo se resume en esa mirada que busca una identidad similar.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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