La vida está
llena de cuestiones pendientes de resolver. Es cierto que muchas se contestan,
pero otras quedan ahí, pendientes, en un limbo, o bien no resueltas, a la
espera de un tiempo o un linaje un poco mejores. Somos conscientes de que la
existencia es así. Es lo normal. La historia es poliédrica, y alberga muchos
matices, esferas y posibilidades. Con el fin de explicarlas debemos plantear
cuantas dudas surjan. Es lo conveniente.
Por lo tanto,
el compromiso con nuestro particular discurrir ha de ir en el sentido de
mejorar desde el hallazgo, tras la oportuna pretensión de las respuestas a las
incógnitas que el periplo vital nos vaya proporcionando de una manera más o
menos amable, milagrosa o incluso esquiva. Desde el sosiego hemos de dar con los
puntos cruciales, e incluso con los accesorios que sirven de complementos.
De las
preguntas, incluso antes de responderlas, aprendemos mucho. Lo constatamos
recurrentemente. Nos indican talantes, anhelos, sabidurías, planteamientos,
caídas, intentos, posibilidades, creencias, distingos, regresos, y momentos de
certidumbres o de lo contrario, así como las obligaciones, escritas o no, que
podemos sostener con la faena de nosotros mismos.
Aprendemos
desde infantes porque preguntamos, porque nos equivocamos y rectificamos,
después de requerir a los que van por delante y que presumimos más sabios por
lo interiorizado o experimentado. El
ciclo de la Naturaleza funciona de esta guisa. Nuestros progenitores suelen
reiterar que hemos de cuestionar como base para la docencia.
Recordemos
algunas verdades sin caer en lo absoluto. Según los interrogantes que colocamos
en nuestras andanzas se nos ve más o menos curiosos, más o menos bien intencionados,
más o menos pacíficos o vehementes, con causas y cautelas que nos procuran, si
sabemos desarrollar nuestro quehacer, aquello que andamos indagando. Lo que no
es de recibo en ningún supuesto es que no preguntemos.
El silencio,
como máxima comunicativa, no es rentable. Nunca lo es. Además, cuando no
hablamos se presenta la ambigüedad como máxima; y eso no contribuye a que las
esencias, o lo que deban serlo, se trasladen al territorio de la mejoría. Hemos
de considerar, de comentar, de acercarnos a las meditaciones ajenas, de
implicarnos, de discernir, de discutir, de respetar desde el parlamento,
promocionando las conversaciones, las imágenes de concordia y el diálogo, entre
otras conductas.
Conocer las
tendencias, las iniciativas, las actitudes y las posturas positivas y de
apuesta por los demás, por los otros, por todos, desde el pacto y el análisis
mancomunado y consultivo es síntoma de un progreso permanente.
Estructurar la existencia
Buscar las
evoluciones supone estructurar la existencia desde el aprendizaje firme. Nos
hemos de reunir una y otra vez para ubicar las opiniones expertas, lo que
supone que tengamos en cuenta aquello que han vivido y meditan las personas de
nuestro entorno mediato e inmediato. La apuesta clave es el conocimiento. Éste
se cosecha de manera excelente reflejando las respuestas a las demandas que se
constaten.
Parte de la
crisis actual, una porción importante, es debido a la ausencia o a la falta de
sustento de los valores ciudadanos y personales. Las estrellas que nos deben
guiar son la bondad, el amor, la solidaridad, la calma, la tolerancia, la
prudencia, y el deseo de apoyar a los demás, esto es, la cooperación.
Todos sabemos,
en nuestros escenarios internos, que la persecución de respuestas es
consustancial al ser humano, que ha avanzado cuestionando todo su ecosistema
desde el parámetro de la decencia, por supuesto. Por eso entendemos que no es
mucho reclamar la opción de que preguntemos, como cuando éramos niños, al
tiempo que aguardamos, con la misma delicadeza y lealtad, las respuestas que
las personas de bien se dignaban entonces a darnos, que constituían,
afortunadamente, muchas. Ahora también.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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