Solicito que el
día nos una. Hago esa petición desde la humildad más absoluta, y desde el deseo
de estar en sintonía con los óptimos hados, que necesito en tesituras
complejas, como ésta, en una tarde de mucha entrega y de más pasión. Son las
cinco, y hay un aviso. Es mi lugar. Puede que el tuyo también.
Imploro un
entendimiento, un pacto, un consenso hacia un rumbo en el que podremos
despertar sin asperezas. Hay miedo por la incertidumbre, pero también ansias de
libertad, siendo cada cual uno mismo.
Las hermosuras
del pasado nos deben introducir en las destrezas que son frutos del aprendizaje
continuado y previsible. Los resultados equivalen a firmeza. No nos vence el
cansancio, el error o la opción de perder. La vida tiene muchas dimensiones, y
todas son cimientos de futuro.
Hemos de acordar
los beneficios. Procuremos unos mínimos. Todos hemos de ceder un tanto para
comprender que las opciones son compartidas. No hay valores absolutos, no la
mayoría de las veces. Los matices nos permiten ver el bosque de los
sentimientos más humanos. Por eso la experiencia nos regala tanto, si somos
capaces de aprender desde la sencillez y el altruismo.
Avancemos, por
ende, por los caminos del riesgo y la prudencia con la mesura y la calidez que
comparten quienes creen en la bondad. Todo lo que nos glosa esta tarde nos lo
dictan las miradas de dos conocidos en trayectos contrarios. Puede que
demuestren más lealtad que muchos que se afirman amigos.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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