El consumismo
nos desborda en estas fechas. Hay un cierto desenfreno en esa voluntad de vivir
desde la adquisición, desde la compra, desde la creencia en la necesidad de
salir a la calle a demandar más pertenencias. Eso (es verdad) es bueno para los
negocios, para el movimiento de la economía, del dinero, para la mejora de la
estabilidad y de la viabilidad de empresas grandes y pequeñas.
No obstante, no
perdamos el sentido ético y estético, en la vocación de reclamarnos aquello que
verdaderamente solicitamos para nuestra jovialidad y futuro. El porvenir está
en la dicha, según resalta la maestra Joaquina
Soto, que nos indica que, si no tenemos hartura, no hay voluntad genuina y
pura en la confección de cuanto realizamos. Debemos dosificarnos.
En ese consumo,
que sirve de tirón importante para las expectativas y las realidades de muchas
personas que viven de esta etapa del año, podemos incorporar, en paralelo, los
anhelos de los que menos tienen, y podemos comprarles, asimismo, desde
productos perentorios, de los que inequívocamente tienen falta, a otros que
contribuyen con la luz de estas jornadas en forma de juguetes para los más
pequeños, que (no lo olvidemos) siempre son la auténtica esencia de la Navidad.
Nos debemos
disfrutar dando, aportando, como se determina en tantos textos sagrados de las
más diversas espiritualidades, que saben que para sanar hay que curarse
primero. No hay mejor medicina que brindar a los otros sosiego y felicidad a
través de la solidaridad.
Exclamemos
mediante la virtud de lo humano que otro mundo es posible. Lo es cuando miramos
con respeto a los últimos, entre los cuales todos nos podemos encontrar por las
vicisitudes históricas. Lo deseable es que no perdamos la dignidad, y que
contribuyamos a que la fraternidad nos conduzca a la igualdad sobre la que
construimos nuestras democracias actuales.
Vivamos con
clara sencillez esta Navidad, y desde el compromiso de una cooperación mutua,
que es la base del sistema, del futuro, de cuanto somos. Nada merece la pena en
la sociedad si no se puede compartir con unos niveles mínimos de convivencia, y
para eso no podemos deambular en la asimetría.
Las correcciones
justifican el papel de quienes encabezan nuestras sendas y también de quienes
integramos individualmente la intrahistoria y su paisanaje, que será divertido
y atractivo, o todo lo contrario, en función de las opciones que tomemos.
Depende de nosotros.
Por ende,
vivamos estas fechas desde la sonrisa y el compromiso con quienes menos poseen.
Disfrutemos de lo nuestro, sí, pero también hagamos que lo nuestro sea un poco
de los demás. Nos sentiremos así más familia. Ejemplos e iniciativas para
ayudar hay muchas. Salgamos al universo con nuestros más leales ojos, y tomemos
partido por la verdadera fortuna, compartir. El que da, con seguridad,
recibe mucho más.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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