Mis
lectores saben que me gustan las miradas. Me agradan las que comunican. Las
deberíamos advertir entre todos los seres vivos.
Una de
las últimas contemplaciones recíprocas que me han llamado la atención ha sido
entre dos nacidos en el antagonismo y la complementación. Les cuento. La
estampa es hermosa: se otean frontalmente. Saben de sus destinos imposibles en
común. Hay entrega, voluntad, hasta pugna. Los sabores son agridulces, por el
encuentro y por la retirada, por la lucha transparente y por el apartamiento o
la muerte.
Solo
quedará uno de esa lid que mueve luces y sueños, alegría y dolor, esfuerzo y
silencio. Son dos héroes en el albero. Se reconocen. Los indicios demuestran
que nada será igual a partir de esa tarde. Todo está adornado para la ocasión,
y esa oportunidad viene, como sabemos, teñida de un rojo apasionado.
Se
tantean ambos semidioses, y comienza el combate. La dulzura y la fiereza se
mezclan, y surge el milagro. Los dos sobreviven para contarlo, para
considerarle al mundo que la fe mueve montañas. Ha habido igualdad, bondad,
destreza, asentimiento y coraje.
Vuelve la
mirada. Los siglos de gloria celebran un indulto de las manos de un respetable
que da luz a la valentía, las buenas maneras y el honor. La ovación pone ese
corolario a unas existencias que siguen, las dos, aunque ya nada será igual
para ellas. Es cuestión de aprender.
Juan TOMÁS
FRUTOS.
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