Se acabó lo que se daba. La vida se agotó. No queda nada excepto la perplejidad, la ausencia y el dolor, mucho dolor.
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Nos damos ese último paseo de imágenes y de sensaciones. Abordamos con una cierta simpatía ese final que rompe y rasga. Somos conscientes del trámite, de la obligación de rellenar un formulario atroz que nos servirá de despedida.
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Miro tu estampa y me parece increíble que no estés, que no te quedes a mi lado. Supongo que has hecho lo que debías.
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Me atropellas con esos sentimientos que me robas cada día y que me debilitan más de lo soportable.
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