miércoles, 19 de agosto de 2009

El reino de la comunicación

Atentos a este relato, que seguramente a todos nos ha dejado huella en algún momento, incluso sin conocerlo. Les voy a contar una especie de leyenda, de cuento, de ecos de una tradición oral, que probablemente tenga un tanto de moraleja. Hubo una vez, tiempo ha, una comunicación que surgió del mismo origen del ser humano. Enseguida, éste se apegó a ella, como gran aliada de su vida. La comunicación le apartó de la soledad, de los desasosiegos, de las inquietudes, de la falta de interés, de los problemas provocados por los malos entendidos, y se convirtió en la esperanza para aprender, para colaborar, para fomentar la participación, para generar ilusión, cercanía y entusiasmo, para completar el círculo de la vida, y ser más y mejores personas.

Fue una era de felicidad. Eso se cuenta. Nadie sabe decir cuánto duró, pero quedan huellas palpables de aquellos momentos, que, como todos los buenos, nos dicen diversas leyendas, generadas desde todos los rincones del planeta, se convirtieron en efímeros, pues el tiempo, cuando se está bien, transcurre muy deprisa.

También quedaron testimonios de las eras en las que la comunicación no fluyó como debería. Pandemias, guerras, desigualdades, conflictos, falta de esperanza, soledades terribles… fueron las consecuencias de determinados episodios, repetidos ellos, en los que la comunicación no fue la protagonista de la vida planetaria. No sé sabe muy por qué unas veces estuvo y otras no. Los rumores se sucedieron cíclicamente.

Quizá la lucha entre el bien y el mal, histórica y paralela al deambular humano, estuvo detrás, o delante, según se mire, de esas situaciones. El caso es que, durante ciertos períodos, la básica comunicación, que tanta felicidad procuró y puede regalar a la Humanidad, estuvo como perdida. Hay quien dijo que se trató más bien de un rapto, de un secuestro en toda regla. Nunca, en estas ocasiones, se pidió rescate tangible, pues la recompensa siempre supimos que estaba, de hecho, en su vuelta, en la dicha y en la paz que nos proporciona cuando tenemos la potestad de comunicarnos, cuando la ejercemos.

Puede que esto que decimos sea una leyenda, una leyenda de pasiones e incomprensiones, con resultados de todo género. Puede que quizá sea un cuento con visos de una realidad elucubrada en algunos de sus flecos. Bueno, ya se sabe que hay espejismos que son de verdad y otros que no lo son, o que no parecen serlo… Procuremos, en todo caso, que ese rapto no se vuelva a dar en ningún sitio, en ningún lugar, en ningún tiempo más. La era de la comunicación humana debe reinar, y con ella la felicidad misma. Busquemos en los corazones los registros de lo que supone la voluntad del entendimiento a través de la palabra. Mucho de lo que sucedió, de su conocimiento, de lo que hemos narrado, lo llevamos durmiendo en nuestro interior. Debemos despertarlo, y preguntarle. Lo que nos indique, en tal supuesto, seguro que nos sorprenderá, más de lo que lo hayan hecho estas palabras que acabas de leer. Adelante.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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