jueves, 18 de octubre de 2012

Golpes



            Me muestran un video en la televisión, en uno de esos informativos de máxima audiencia, donde contemplamos a un ser humano apaleado por otro. Sin entrar en grupos sociales, sí hemos de resaltar que el agredido es un indigente que duerme bajo el techo de un habitáculo privado. Es un pobre de la tierra huyendo del frío y persiguiendo un poco de descanso.

            No termino de entender la agresividad de un paisano con otro: uno fuerte, con las circunstancias de su lado; el otro, debilitado por las condiciones una existencia que, a veces, nos marchita antes de tiempo sin que haya una causa aparente.

                Los hay quienes opinan sobre lo sucedido. Aunque tengo claro que debemos estar del lado del débil, hay pareceres de todo tipo. Incluso observo a aquellos que, con asepsia, nos dedican sus imágenes cosechadas de agencia para, sin supuestamente interpretar, dejar a nuestro libre albedrío el análisis de esta situación. Pese a su cierta valentía, es una actitud fácil.

            Mientras tratamos de interpretar lo que está ocurriendo, siguen los golpes a ese mendigo, y, paralelamente, otra persona lo sujeta. Todas las manos son pocas para romper la crisma al entregado a las circunstancias. Es pura antropología. Defendemos nuestros feudos, nuestras seguridades, nuestras formas de vida, el “status quo”.

            Suenan los golpes, nos suenan estruendosamente, y hasta los gritos del desdichado, a pesar de que las imágenes no tienen sonido del ambiente de hostilidad que estamos viendo. Las estampas que visibilizamos provienen de una cámara interior de un “hall” que no tiene audio. Casi mejor que no se oiga nada de verdad. Ya sin escucharle los alaridos nos muerden hasta las entrañas.

            Por desgracia, nos hemos convertido en una sociedad violenta, controladamente violenta, donde trazamos márgenes de actitudes deleznables para aparentar que no se nos van de las manos. Entretanto, esos desalmados siguen golpeando a un pobre que tuvo la mala suerte de hallarlos en su camino.

            Recuerdo esto al tiempo que vivo las prisas de quienes dejan los coches en medio de la vía para hacer alguna desconocida urgencia sin que les importe poner en peligro la salubridad de quienes pasean por el entorno. También experimento cómo me choca (literalmente), sin querer, una enorme chica que, cuando sale a la calle, no ve a nadie, y menos a mí. Mientras mira a su teléfono móvil, mientras juega o manda mensajes, pasamos el mundo a su alrededor, y es, precisamente, su alrededor el que tiene que tener miedo de no ser arrollado.

Sabes,  porque lo sabes, de su infortunio, de lo que le espera, pero, entretanto, ella, sin mirarte, advierte que te gana la partida, y eso es lo que le importa: te golpea.

            Estamos en una pura contradicción. Necesitamos la colaboración de todos (aunque manifestamos ignorancia de ello), hasta para hacer cola con el fin de entrar donde fuere. También aquí hay prisa: alguien de atrás grita que no estamos a la altura de sus circunstancias. Aparece otro golpe, aunque sea verbal.

            Es ésta la vida que estamos trazando: hay demasiada competencia y una insensatez minoritaria que hace más ruido que la tolerancia mayoritaria. Puede que haya habido excesivos silencios ante estas imposturas, y puede que haya llegado el momento de introducirnos a todos en razón. Sí, todos con todos, voluntariamente, buscando pacientemente lo mejor de cada cual. Hemos de girar un poco.

Nos atormentamos desde la inutilidad pensando que es la salida, cuando la violencia y la insolidaridad son los pases, los billetes de entrada, para el cansancio y el inmovilismo. Hagamos pedagogía para evitar los conflictos de todo tipo, sobre todo los insulsos, los que no tienen ni base ni objetivo alguno, si es que alguna vez lo ostentan. Hay otra filosofía pendiente. Seguro.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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