Hagamos un repaso a varias cuestiones. En el día a
día, para entender en general y específicamente, hemos de conocer el contexto
de lo que ocurre, de lo que se nos relata. El entorno lo es todo. Aludimos a
las circunstancias de las que nos hablaba Ortega y Gasset. Lo que para uno es
importante para otro no lo es. El mérito en unos éxitos no lo es tanto en
otros. “A cada cual lo suyo”, subrayaban los griegos cuando defendían su
justicia distributiva, tan compleja de ejercer.
El contexto nos ayuda a “empatizar”, a ponernos en
la piel de los conciudadanos, a vivir en sus realidades. Solo así los podemos comprender,
únicamente de este modo entendemos cómo son y lo que nos trasladan. Yace aquí
una relevante dosis de inteligencia emocional, como también ésta aparece cuando
somos capaces de escuchar, de ceder, de tolerar, de transigir, cuando
celebramos lo que otros consiguen, cuando renunciamos con el fin de que los
demás tengan lo mínimo, cuando seguimos sus devenires para que lo esencial no
se pierda, etc.
El inteligente emocional es asertivo, no es agresivo
(no siempre), ni es apocado (no en exceso). Procura, asimismo, dar con la
virtud que está en el camino medio, en los puentes, en entrelazar capas y
opciones, actitudes y aptitudes. Se relacionan, con este modo de entender la
vida, la capacidad para preguntar, para analizar, para envolvernos con el manto
de los condicionantes de los compañeros, de los conocidos y hasta de los
extraños.
Cuando vivimos en la soberbia, o en peldaños
alejados de lo cotidiano, no practicamos la inteligencia emocional, que es todo
(sí, todo), y cada vez lo es más. En este mundo de prisas, la inteligencia está
en saber parar, en no demostrar más de lo que somos, en adecuarnos y adaptarnos
a los momentos que nos tocan vivir. La
aceptación de la crítica, la búsqueda de la retroalimentación comunicativa, la
interacción, la bravura, el coraje, el temperamento medido, la fortaleza
compartida, la solidaridad, la localización de señales, el no obsesionarnos, el
contemplar y el leer entre líneas son muestras inequívocas de lo que estamos
subrayando.
La voluntad, la entrega, el entusiasmo, el ser
positivos, el sobreponernos, el superar los obstáculos, el no frenarnos ante lo
necesario, el asumir riesgos, el mantener, entre otras, las posturas
mancomunadas, las miradas de complicidad, los análisis del presente y del
futuro, el no pensar que sabemos más que los demás, amén de otros
planteamientos, conforman una forma de comportamiento que ha de defender, que
sustenta en definitiva, la dignidad de lo humano por encima de todo. Nuestra
lucha pacífica ha de ser por el avance societario incorporando a cuantos más
mejor, siguiendo la estela de la inteligencia que estamos esbozando. No es
nueva: ya hablaron de ella Aristóteles, Platón, Santo Tomás, y muchos otros.
Todo
cuenta
Por lo tanto, tengamos ímpetu y cuidemos la puesta
en escena. Los niveles afectivos y racionales tienen la misma importancia y
consideración. Deben. Así, en las relaciones, en las comunicaciones, en el aprendizaje,
hemos de practicarlos y desarrollarlos con amor, con bondad, con buenas
intenciones, al mismo tiempo que con oficio y profesionalidad. Todo cuenta.
Todo es todo. Los hábitos, las costumbres, las percepciones, los
comportamientos, los colores y atuendos utilizados, los gestos, las distancias,
las ponderaciones, los tonos, el metalenguaje, la calidez en las palabras, y las
posturas de las manos, de los rostros y de los ojos han de cobijar el mejor
afán, que debe venir cada día con la pretensión de una conquista desde el convencimiento
mutuo.
Además, ser inteligentes es no ser egoístas, es no
pretender estar siempre en el lado ganador de la partida, es reconocer errores,
es enmendar decisiones equivocadas, es estar en el margen de los que menos
obtienen, es convencernos de que, en este trasiego, la mejor cosecha es la que
recogemos en comunidad para devolver a ella, al conjunto, los intereses
principales. La salud, la educación y la riqueza que es el trabajo de todos
suponen el frontispicio de la defensa de quienes albergan suficientes dosis de
inteligencia emocional, que, por otro lado, siempre hay que reponer, estando como
está sometida al trasiego constante y al desgaste cotidiano.
En realidad, este tipo de inteligencia reconoce que
lo apasionante es existir de manera completa. No olvidemos que lo deseable es
poder decir, como Neruda al final de sus días, que hemos vivido de verdad.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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