Es cierto que la vida nos deja a menudo momentos
complicados, retorcidos incluso, con trasiegos que nos devoran y nos rompen un
poco o un mucho, casi a partes iguales. El discurrir humano interioriza sus
fracturas, sus vacíos, sus intenciones rugientes que nos fragmentan almas y
porvenires.
Todos sabemos que la felicidad es factible, aunque
no siempre la tenemos ocho horas seguidas en el mismo día. Eso no quita que
breguemos por ella, a su favor, en pos de instantes que, aunque efímeros, nos otorgan
la justificación y la explicación de nuestro leve y rápido tránsito por el
planeta Tierra.
El esfuerzo reiterado, porque la existencia es un
bien preciado y fungible, ha de ir encaminado a la persecución y a la
percepción de la dicha, que son dos conceptos diversos y complementarios. No
siempre los entendemos así, y por eso, en ocasiones, se nos escapan etapas
estupendas que están ahí pero que no las oteamos como tales. Luego, cuando
transcurren, sí que caemos en la cuenta de la bondad de algún tiempo pasado, y
no me refiero a la condición humana de la nostalgia, sino a coyunturas reales y
fructíferas.
La actitud es fundamental en nuestro caminar. Según
cómo afrontamos el día a día siguen el resto de circunstancias, que a menudo
están plagadas de opciones, de matices, de perfiles que nos pueden llevar por
una senda u otra. El resultado, el beneficio o el perjuicio, depende de
nosotros, y en más grado de lo que a veces meditamos.
La historia la hacemos ante cada duda, en función de
cómo la resolvemos. Las tormentas también nos enseñan. Nos brindan dictados que
hemos de interpretar sin azogues. De los fracasos, de las caídas, de los errores
podemos obtener enseñanzas sempiternas, si sabemos cómo recordar lo sucedido.
La vida, en sí, es un milagro. Lo es en los peores
supuestos. En los normales y en los mejores, que los hay, es un bien
excepcional que, sin querer parangonar, que nunca es bueno, nos debe alimentar
en esa vereda que mantenemos en pos de la dicha.
En consecuencia, no nos mantengamos de suposiciones,
ni de temores, ni de mañanas que pueden venir o no. Es lógico que planifiquemos,
pero no debemos proseguir abocados al destierro respecto del presente. Somos el
ahora, el instante, ese segundo de pasión, de sueños, de esperanza, de
conocimiento, de aprendizaje, en el que nos movemos, o deberíamos.
Confianza
Con este panorama, nos hemos de prestar a la
confianza, en palabras de Jover, con la fe que hace temblar las pedregosas
montañas y las convierte en lo que anhelamos. Pretendamos, sin ansias excesivas,
la mejor música, ésa que nos marca ritmos y nos ayuda a dar una dirección correcta
a lo cotidiano. Nos invitará, esa tendencia, aunque a veces no lo sepamos, a
danzar ante lo peor y a superarlo, y, en paralelo, a disfrutar junto los
tesoros de una existencia en la que nos hemos de reconocer sin ambages.
La distracción perenne no es buena. Sin embargo, en determinadas
oportunidades hemos de apartar lo que no es salubre. Saber elegir es la base
para conglomerar ese futuro que nos pertenece por definición. Extendamos, por
lo tanto, los tentáculos de la afición a la bondad y a la alegría para no
perder la perspectiva adecuada y sin presiones de ningún género. Avistemos lo
que nos puede dar mucho desde la entereza bien conducida. No temamos el
quehacer: el fracaso es una impostura que solemos apuntalar nosotros mismos.
De
todo se aprende, y mucho más de lo que no surte efectos por las causas que
fueren, que conviene indagar con un óptimo propósito de enmienda, para no
repetir equívocos. La experiencia es una ingente maestra.
Procuremos comenzar, por ende, cada jornada con
dosis de emotividad en positivo, con ilusiones que avancen desde sistemas
comprometidos con una visibilidad suprema. Las cuestiones y los eventos
críticos se solventan mejor estando preparados desde la jovialidad que
fortalece. Por eso el interés social inicial y también el final han de ser
vivir en la extensión total de la palabra. Un consejo, que no ha de advertirse
desde la superioridad sino desde la amistad, es bailar y reír constantemente.
Dicen que la existencia, así, se hace más larga y eficiente, y, sobre todo, con
la confianza de ser uno mismo. ¡Intentemos probar!
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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