sábado, 18 de agosto de 2018

El reflejo de Mateo Pellicer


Conocí a Mateo Pellicer en una escalera. Seguramente él no se acordará. Iba con varios amigos, comentando una y mil cosas de su exposición, en ese momento, en un céntrico espacio de Murcia. Lo saludé. Le dije que me gustaba su obra y que agradecía que compartiera su talento con la sociedad. Me hizo un ademán de suave agradecimiento, y, tras un intercambio de palabras, nos despedimos.

Alguien se preguntará el porqué de este sencillo recuerdo para aludir a él. Respondo: Mateo tiene el don de dejar huella en los instantes cotidianos, como ocurre con su pintura, fiel reflejo de grandes momentos, y de tiempos anónimos que no lo son por él, porque deja su huella.

Me complace su mirada, sí, sus ojos de persona buena, de buscar presencias rutilantes, con la querencia de cada etapa, de cuanto le rodea. Sin amor no hay obra, no hay resultados óptimos, y él lo sabe.

Por sus actuaciones se conoce a la gente. Es el caso. Mateo Pellicer pinta bien. Se nota que ha atesorado técnica y asuntos de interés a lo largo de su ya dilatada carrera. Es autodidacta, según leo en sus biografías, pero sabe muy bien lo que desarrolla, añado yo.

Sus colores, sus trazos, son únicos. Hay fuerza en lo que efectúa. Diría que nos regala ese “duende” que dicen los flamencos, y que diferencia la vida de lo que no lo es. Hay energía en sus cuadros, como él mismo tiene existencia a borbotones en su corazón, en sus contemplaciones, en su intelecto.

Ha cultivado de todo. Con el barroco fue exquisito, como lo es con el retrato. Nos brinda ahora estampas taurinas. Son excelentes. Lo que les puedo decir es que las divisen. En él fundamentalmente vale más la imagen que oteen que mis palabras. Por cierto, verán su reflejo.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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