sábado, 24 de noviembre de 2018

Amigos y maestros, esencias de la vida


Escuchaba el otro día en la radio que la vida es eso que pasa mientras hacemos planes. Por eso, quizás, no me gusta hacerlos, aunque luego, como a todos, me encantan que salgan bien. Supongo que es la contradicción en la que vivimos la mayoría. En todo caso, sí que me complace anticiparme y diseñar un modo de existencia con el fin de desarrollar aquello en lo que creo y de intentar, en paralelo, que la felicidad nos alcance de la manera más plena posible, al menos en lo que pende de nosotros.

Igualmente, la vida, si bien no siempre la percibimos de esta guisa, es ese cúmulo de amigos, de gentes que nos quieren, que nos ayudan con sus acciones, con sus complicidades, a que todo discurra un poco, o un mucho, mejor. Junto a ellos están los maestros, pocos, que nos inculcan valores y hábitos, destrezas y aprendizajes con los que nos comunicamos y cabalgamos en singular singladura por toda clase de caminos, que hemos de procurar que sean beneficios sin hacer daño a nadie.

Suerte

Anoche decía en Cartagena que he tenido suerte, verdadera fortuna, con los compañeros de viaje. Sí que la he albergado, y aún la poseo. Como todo hijo de vecino he debido lidiar con personas poco edificantes, pero hasta en eso ha jugado fuerte el azar: se han ido poco a poco buscando alimentos inmediatos en otra parte y dejándome cada vez más libre. No se ha producido, pues, fricción, sino liberación.

Y reconozco, asimismo, mi tesoro por los maestros que me ha brindado el porvenir, que con generosidad y devoción me han ofrecido conocimientos, respeto y buen hacer. Como le decía a mi estimado Pedro, incluso en el silencio he aprendido de ellos, por lo que han ocasionado en concordancia con lo referido, por sus hábitos y composturas, por ser, fundamentalmente, buenas personas.

Con esta meditación hacia ellos, los maestros, y también sobre los amigos, comienzo el día dándoles las gracias y resaltando que, sin ellos, nada sería igual. La jornada va por vosotros. ¡Seamos dichosos!

Juan Tomás Frutos.

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