viernes, 27 de agosto de 2010

Frescor comunicativo

Refresquemos las simbologías y sus contenidos. Hagamos que los mensajes sean dinámicos, vivos. La comunicación tiene muchos recorridos, de todo género, con inmensas posibilidades de ilustración y de incremento del conocimiento. Hay opciones, de todo tipo, de todo género, con vocaciones diversas, que nos llevan por senderos de posibilidades infinitas como la vida misma. Nos confundimos a menudo, pero, si tenemos el corazón abierto, hemos de ser capaces de afrontar los cambios con una serenidad dignas de encomio.

Naveguemos con el objetivo de corregir los golpes que a menudo nos da la vida y que, seguramente, tienen un carácter didáctico. No paremos. Las confluencias nos presentan ocasiones de pactos con los que abundar en los gustos, en las querencias, en lo que nos oferta sinceridades con sus volúmenes cariñosos. Miremos el agua que nos da sensaciones de frescor.

Hagamos que el honor sea sentimiento de alegría y libertad, denuncia y respuesta, con entretenidos aprendizajes que nos han de conformar como personas en sociedad. Los complementos son importantes, y el complementarse también. Ganemos sin jugar, pero no para nosotros, sino para la comunidad a la que hemos de servir sin rodeos.

Las preferencias nos han de conducir por la línea recta, para no perder el tiempo, ni los recursos, ni lo poco que justifica ese afán para y por amanecer con una cierta pro-actividad. Hay texturas, versiones, actitudes y posibilidades. Hemos de escrutarlas y pensar en positivo con la pretensión ferviente de afrontar la singladura vital desde la constancia y la persecución de pequeños éxitos. Nos debemos armar de muchos valores, que los tenemos, para utilizarlos como ejemplos diarios para nosotros y para los que nos quieren, entre los cuales hemos de ir introduciendo a más y más gente.

Los caminos son múltiples. Los hay de todas las envergaduras, de todos los tamaños, de todas las intensidades. Debemos creer en lo que realizamos y en cómo lo hacemos. No persigamos las creencias que son en la misma nada. Hemos de consolidar lo pequeño. La idea ha de ser ir despacio, que, poco a poco, nos preparemos con los recursos y elementos que justifican y explican todo cuanto somos. La nada es, lo es, cuando hay una persuasiva ilusión por medio. Demos con ella en los numerosos itinerarios que enfrentamos. De todos ellos podemos aprender mucho. Lo mejor es dejar que fluyan. Para que no caigamos en inercias incomprensibles, de vez en cuanto aconsejamos potenciar unas ciertas sensaciones de frescor.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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