Uno es humano mientras mantiene su capacidad de sorprenderse, mientras no acepta los cánones de la realidad como un círculo cerrado al que no se puede acceder y que no se puede variar. Es malo que nos acostumbremos a hechos y cuestiones a las que no deberíamos habituarnos. Somos, los humanos, seres de rutinas: hacemos todos los días lo que hemos hecho en las jornadas precedentes, a menudo sin preguntarnos por las motivaciones.
Digo esto porque parece que nos estamos dejando
llevar por imágenes cotidianas que deberían escandalizarnos y, paralelamente,
provocarnos medidas frente a ellas. Hablo, en este caso, de la pobreza, que,
como diría José Luis Coll, es una situación que nunca debería darse, que no
debería existir. Lo lamentable es que no somos capaces de eliminarla por
múltiples motivos. Unos serían más fáciles que otros de mudar para que se
redujeran las bolsas de necesidad que padecen nuestras supuestas sociedades
avanzadas.
Bueno, sí, se trata de sociedades que han progresado
en lo económico y en muchos órdenes de la vida, pero dejan por el camino, casi
como algo inevitable, todo un río de personas y de situaciones que son
tremendamente penosas y dolientes.
El problema actual es que se ha ido sumando a la
pobreza estructural, esto es, a la de siempre, una nueva pobreza, por así
decirlo, compuesta por aquellos a los que el sistema ha expulsado, al menos de
momento, y sufren condiciones muy complejas para poder salir adelante. No sólo
tienen problemas para pagar la hipoteca, sino también para comer y vestir
diariamente, sin olvidar el desarraigo que se produce en paralelo y la
exclusión respecto del resto de la sociedad.
El no poder acceder a una serie de elementos y/o de
recursos complican las integraciones de las siguientes generaciones, que no
entienden, en sus primeros estadios, por qué no pueden tener lo mismo que sus
vecinos de al lado o de otros puntos sociales o geográficos. La igualdad de
derechos es la base del sistema democrático, por lo cual cuando hay desniveles
todos debemos luchar para que se restituyan esos cimientos que nos equilibran y
que nos ubican al mismo nivel de búsqueda de la felicidad.
Por todo ello, cuando pasamos junto a un contenedor
de basura y vemos que alguien se encuentra allí cogiendo comida, e incluso
comiéndola, deberíamos sorprendernos tanto como para no aceptar esa situación
como parte de la deuda con un sistema que se hunde por numerosas razones. La
geografía de nuestro entorno se está llenando de casos de necesitados, y hemos
de empezar, ya, a tomar iniciativas para que no siga creciendo el número, sino
que, más bien, vaya decreciendo.
La crisis, nos decimos, debe ser oportunidad, pero
ha de ser la opción inmediata para decir que esto no debería seguir sucediendo
en una sociedad que ha producido muchos beneficios, aunque no estén donde hacen
falta para evitar esa ingente pobreza. Las cifras, tan frías y duras ellas,
hablan de casi un tercio de la población en el umbral o padeciendo una total
carestía. En otras etapas se hablaba de pobres de solemnidad, pero la pobreza
no tiene ninguna solemnidad, y, si la tiene, es para decirnos que la soberbia
de la injusticia nos pasará, antes o después, factura.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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