domingo, 7 de febrero de 2016

Entre el cielo y la tierra

No hay nada como un paseo
cuando en ese momento,
efímero como la vida, eterno tal vez,
entre el griterío, silente en ocasiones,
es probable que sea con una cierta prisa,
o puede que despacio, con miradas cómplices,
buscado, hallado, quizás compartiendo
deseos y sueños,
partiendo de todo o de la nada,
parando, subrayando
lo esencial o lo anecdótico,
predicando, dando o recibiendo trigo,
con besos, con sueños,
con rescates o realidades,
entre fuegos o nubes...

Puede que sea en el ocaso,
entre penumbras,
o al alba, cantando el día,
con estimaciones y pronósticos.
Es factible cualquier circunstancia.

Las opciones son múltiples,
como la existencia misma,
brindando las meditaciones de lo cotidiano,
que todo lo predica.
Hay ilusión,
y la ilusión supone lo supremo.

No hay nada como un paseo,
sobre todo cuando uno marcha
por una orilla como La Ribera,
en la que vivió la juventud,
ahora complementada con la madurez,
con ese tesoro que es la experiencia.
Es una fortuna seguir
para contarlo, para expresar la verdad
de unos instantes de pasión,
en un camino único, reiterado,
pero con sabor a nuevo,
pese a los años, aquí y ahora.

Es otra vez el Mar Menor
el que evoca, el que nos pierde
y encuentra a dosis iguales,
y nos dice con sus ecos de cariño
que todo es posible en un paraje excepcional.

En busca de esa oportunidad,
emprendo mi recurrente paseo,
uno más, pero que nos descubre sigilosamente
un paraíso entre el cielo y la tierra.
Lo sé, lo palpo, y lo relato.

Juan Tomás Frutos.

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