La voz se
torna insípida cuando me dicen que Daniel ha caído. Los leones han podido en el
espectáculo de la vida. No habrá sesión mañana. Hace años que no sabía nada de
él. Ahora sé que pasará una eternidad antes de que podamos compartir nuevos
deseos y objetivos.
Todavía
me perturba verle llorando cuando se rompió ese espejo que era mi vida. Lloró
como nadie, como sólo podía llorar él. Sabía que la vida se preserva con vida,
con esa misma vida que se va antes o después. Hoy le ha tocado a él, o ayer… Lo
he sabido hoy, y hoy me duele ante el duro luto que brota.
Ahora el
que está solo soy yo. Me veo como el último de aquella era que nada fue en
importancias excepto para nosotros, que vivíamos el sueño de ayudar a otros.
Algo hicimos. Quizá no mucho, pero exprimimos, eso sí, una gran alegría.
Daniel es
ya parte de una historia media, con sus ciudadanos de todo género, con sus
esperanzas, con sus anillos de poder y con sus sufridos y esforzados
perdedores, que, a la postre, somos todos.
Era, mi
querido amigo, un hombre fuerte, en lo físico y en lo intelectual, con un hondo
sentimiento espiritual que cuidaba como la base de su secreto para salir
adelante. A veces su secreto le falló, pero él no quiso destacarlo.
Fue feliz
a tramos, como todos. Estuvo salpicado de sentido común, de belleza, de
aprendizaje y de coyunturas que estipulaban todo lo contrario. Así era él.
Puede que sus visiones controvertidas formaran parte de esa Humanidad que
subrayábamos todos los que le conocíamos de verdad.
La vida
fue turbia en ocasiones con él. No se puede reseñar que fuera generosa con sus
estadios existenciales, pero hubo momentos en los que se sintió en paz consigo
mismo. Por eso, precisamente, en nuestro grupo de amigos encajó tan bien.
Todos
vamos camino de un final. Lo sabíamos, lo sabemos, pero siempre pensamos que “Dani”
era imbatible, indestructible. ¡Nos daba tanta seguridad! Era la fortaleza
personificada, ese amigo que siempre te gustaría tener ante verdaderos
problemas, “pues nunca te dejaría solo”. A lo que aspiramos ante determinados
avatares es a no quedarnos sin nadie en quien confiar. Él regalaba fe.
Ahora nos
ha demostrado que no, que no sería el último, aunque casi lo ha sido. En
nuestras celeridades ninguno teníamos prisa para decir hasta luego o hasta
siempre. Me toca a mí decírselo.
Se ha
hundido el último de una estirpe, de aquellos en los que creí cuando creía en
muy pocas cosas, pero aún creía de verdad, de otra manera. Siento hacerle la
despedida yo, pues, en el fondo, como decía Goya, “nos quedamos solos los vivos”,
los que permanecemos en este planeta de crisis y de contradicciones.
Daniel,
amigo, emprende tu último viaje, y se feliz en la nueva dimensión que ahora
comienzas. Te has ganado la paz del guerrero. Nuestras almas, pese a todo,
seguirán juntas, pues han demostrado que ni el tiempo ni el espacio podían ser
un obstáculo para esa relación de amistad que siempre permaneció intacta.
Gracias
por haber sido una de esas personas que han avalado siempre que la Humanidad
existe y que merece la pena vivir. Descansa, amigo, descansa.
Juan TOMÁS
FRUTOS.
1 comentario:
Escrito desde el más puro sentimiento, me has recordado la perdida de los míos.
Siento que estés pasando por esto, lo siento.
Besos.
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