martes, 1 de julio de 2008

La guerra engañosa

Veo un resplandor. La “potencia” me deja anonadado. Las ondas expansivas acaban con lo animado. Estamos atrapados. Antes, durante y después, todo se convierte en un incendio. Estallamos. Los elementos se destruyen, quedan arrasados. Los centros están a la deriva. Nos sentimos agotados: la devastación es absoluta. No permanecemos en pie. Las estructuras se retuercen. Las siluetas de las personas se convierten en fantasmas. Los dolores se intensifican y vemos los poderes más aterradores. Se apoderan de los significados y de los sentidos. Oteamos las sombras de unas escaleras difuminadas. No medimos con cuidado. Lo más horripilante se graba en las pieles que representan unas estirpes en vías de extinción. Pasan los siglos y vivimos envenenados. No cambia nada. Los que sobreviven desean la muerte. No nos conocemos: nos falta el recuerdo. El camino no es el adecuado. La guerra impera, pero no es la solución, salvo que se trate de la final. Termina una, si finaliza, y comienza otra. Hay, en la actualidad, treinta guerras vivas que siembran los campos de fallecidos y de desesperanzados. Se alistan familias enteras condenadas a la hecatombe. No tendrán descendencia. Cientos de miles acaban en las cunetas inventadas para dar más riqueza a los mismos, a unos pocos. Todo se queda aquí, pero no lo piensan, pero no lo meditamos: no hay conciencia. Nos llegan señales del más allá: no nos llaman la atención. El hambre, la enfermedad y todo tipo de penurias se unen para quitar las formas a las leyendas. No podremos recuperar el tesoro del tiempo perdido. Los ojos se llenan de lágrimas. Insistimos en la innovación. No obstante, los bombardeos se desarrollan con asociaciones ilícitas. No tenemos fe. Aparecen los malhechores que se adueñan de los buenos artículos, que quedan agotados. Se han desvanecido las posibilidades de victoria. El peor enemigo, que se expone con sus armas y con sus balas, continúa ahí. Pagamos un alto precio por un bienestar que es fracaso. Se agota la buena suerte, y no queda imaginación para los niños. En la era de los cohetes supersónicos y de los viajes espaciales no se hallan rincones para la nostalgia de las infancias perdidas. No habrá restauración. Nos pueden las cifras y el desconcierto de los dividendos imparables. Las diversiones y los juegos han sido rotos por protagonistas malvados que marcan las épocas en suspenso. No descubrimos la buena perspectiva histórica. Los aniversarios nos intervienen, y ya no hay momentos sencillos para disfrutar en paz con los seres queridos. Hemos tolerado demasiado. La guerra, sea cual sea su base, no conduce a parte alguna en positivo. Espero que algún día consigamos la libertad. Pensemos en serio.

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