miércoles, 26 de diciembre de 2012

Deseos para todo el año


Llega la Navidad, y con ella experimentamos unos momentos de intensos sentimientos que se traducen en ansias de vivir mejor, de compartir, de tirar hacia delante con unas premisas cargadas de amores y de buenos actos. No obstante, la Navidad, como el resto del año, aparece y transcurre con contradicciones preñadas de ciertos grados de dejadez, de hastío y hasta de impotencia. Todo lo cotidiano parece cohabitar con carencias, con insolidaridades, con grados de soledad y de indiferencia que no casan con el espíritu que queremos trasladar.

La crisis, es verdad, todavía nos coloca en una situación mucho más compleja, con ausencias laborales y con perspectivas nada halagüeñas. Miras, y, a menudo, ves que los espíritus de la Navidad se antojan alejados, seguramente porque, en la Pirámide de las Necesidades, hemos colocado el afecto muy remotamente, priorizando urgencias que, sin duda, también hay que solventar.

Decía Aristóteles que, en el equilibrio, está la virtud, pero estamos en una plataforma que nada tiene que ver con esa moderación que nos podría conducir a la justicia social. No hablo de entelequias ni de tópicos ni de ensoñaciones, sino de realidades a las que podríamos llegar si fuéramos un poco más capaces, si demandáramos mejoras basadas en la opción de un bienestar compartido.

Parece evidente, aunque no sea lo deseable, que siempre habrá desniveles. Es un hecho que en cada etapa histórica hay donde sobra y también donde falta. El objetivo ha de ser, sin embargo, el de corregir esas diferencias, procurando mitigarlas o, cuando menos, compensarlas para que lo mínimo llegue donde debe, donde se le necesita.

Los agravios y las desigualdades son un hecho. Con el compromiso de intentar trabajar todos para que se vayan reduciendo, hemos de poner en el frontispicio de nuestras almas anhelos de mejora que nos transformen de manera tranquila y justa como sociedad, lo que será una garantía de paz y de futuro en común.

Creo que, por encima de reproches, hemos de intentar que la dignidad como estatus nos edifique a todos.  Ésa ha de ser una máxima que hemos de convertir en un deseo constante durante todo el año, aunque aflore especialmente en esta época navideña.

Asimismo, ya que estamos enumerando reclamaciones y demandas personales y societarias, hemos de pedir no mirar sin ver, ver siempre un poco más allá, afrontar los días con las suficientes tareas, sin prisa, pero sin pausa, sin olvidar aprender de todo y de todos, procurando que las mieles existenciales nos transformen a conciencia. Los anhelos se han de complementar con deseos de armonía y de descanso para todas las almas, las terrenales y las que se hallan en otras dimensiones. Hemos de contribuir a que el gozo sea compartido, así como el conocimiento y las opciones vitales.

Solicitemos, igualmente, que la alegría sea un bien natural y que los que viven en artificios no consigan apagarla. También deberíamos reclamar la capacidad de compartir, que hemos de convertir en costumbre para que los usos humanos tengan futuro.

Como modelo de vida, hemos de preferir la sonrisa a la tristeza, la camaradería al individualismo, la docencia a la ignorancia, el presente al pasado y teniendo en cuenta el futuro con el conocimiento de lo anterior, la proyección al retraimiento, el riesgo a la apatía, la búsqueda a la parada, las preguntas a las ausencias de respuestas, la entrega a la petición, el cariño al odio, la amistad a la soledad, y el esfuerzo a la espera, si bien hemos de ser pacientes cuando las cuestiones que son básicas no aparezcan en tiempo y forma.

La Navidad, como el inicio del año, es un tiempo para los buenos propósitos, pero también lo es para pensar que no sólo son posibles ahora, sino que también han de ser deseos y realidades durante el resto del año. ¡Por favor, mucho ánimo, mucho amor, y mucha suerte! De corazón.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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