miércoles, 18 de mayo de 2011

Incomunicaciones previas

Es de madrugada. Alcohol, hambre no ponderada y que aparece en forma de odio, causas escritas y otras que no comprendemos, deseos realizados y otros rotos por el destino cruel… Muchos elementos se entrecruzan en una pelea sin sentido (todas carecen de sentido), alguien saca una navaja y la proyecta en el cuerpo del otro. La muerte trocea lo físico, al tiempo que lo psíquico, y muere un joven de 22 años, y con él todos morimos un poco, pues este tipo de situaciones, de actuaciones nefastas, son un fracaso de todos, de la sociedad al completo.

Y la muerte nos hace prisioneros de la incomprensión, de la falta de tiempo para comunicarnos y para conocer qué fue de aquel niño bueno que miraba con ingenuidad. ¿Qué ocurrió para que se perdiera en el laberinto de las condiciones y circunstancias que decían el filósofo y el poeta? Quizá no desapareció: puede que su inocencia quedara enterrada sin que fuéramos capaces (ni él, ni nosotros) de obtener lo racional para que no imperara todo aquello que no lo es.

Muchas dudas, demasiadas incógnitas, se desarrollan en torno a un suceso luctuoso en el que se demuestra, por desgracia, esa máxima que nos repetía, y repite, que “el hombre es un lobo para el hombre”. No hemos abandonado tanto como pensamos esas etapas de comienzos de la Humanidad, donde actitudes de los Cromañones se parecen más a las de los animales. Sin embargo, aún hoy en día hay una aceptación de la violencia como baluarte inevitable, y, a menudo, aunque no sea éste el caso que explicamos, como algo aceptable para imponer una supuesta bondad.

Lo cierto es que la tristeza, el dolor, el pesar, la soledad, la rabia contenida, la preocupación, las ausencias, se adueñan de nuestros corazones con más recurrencia de la debida, y, de esta guisa, nos acostumbramos a soportar y a asumir el riesgo de vivir más allá de las contingencias naturales, con las posturas más innobles de unos seres que no pueden ser tildados de humanos con estos comportamientos de agresiones a lo más importante que tenemos, la propia existencia.

Lo malo es que narramos mucho, que hablamos más, que opinamos, que nos contamos sucesos, que nos provocamos con fallos y con lecturas de instrumentos variopintos, pero no terminamos de evitar esas pugnas que aniquilan los espíritus y todo cuanto podríamos realizar. Como se dice en la película “Sin Perdón”, “cuando se mata a alguien se le quita toda la posibilidad de ser aquello que podría haber vivido”, esto es, rompemos el presente, y también el futuro, y nos quedamos sin ilusiones, sin perspectivas, fuera de juego, sin nada. Pierde el que se va, el que desaparece, pero perdemos más los que permanecemos, que, como dijo Goya, “quedamos muy solos” de cara a nuestro destino, escrito con sangre.

Un nuevo fracaso se ha registrado estos días cuando dos hombres han segado la vida de un joven que tenía todo por delante: una novia con la que casarse, unos hijos que disfrutar, una profesión que ejercer, una familia que amar, todo un universo de conocimientos que adquirir y que compartir, millones de experiencias y de alegrías por saborear, así como plenitud de momentos duros y de otros joviales: mucho que vivir… Y todo, todo ello se ha quedado en el silencio de una madrugada cargada de muchas incomunicaciones previas. ¿Qué nos pasa?

Juan TOMÁS FRUTOS.

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