jueves, 19 de mayo de 2011

A propósito de la vida, y de los versos y de la verdad: un juego de amistad y de gozo

Llega a mis manos un poemario que, como bien indica en su subtítulo, es un “canto a la emoción”. Lo han escrito al alimón Marcelino Menéndez y Juan Antonio Pellicer, dos grandes amigos, dos mejores personas, dos excelsos poetas, y de ahí que hayan decidido unirse para este proyecto común, que es fruto de su inequívoca afición a la literatura. Familia, amistad, cariño, sentimientos densos, sabores, silencios, sonrisas… todo un elenco de sentidos se acercan, con estos poemas, a nosotros.
Diecisiete escritos singulares nos aportan cada uno de los dos autores. En ellos buscan equilibrios, paraísos, energías interiores, siempre en el filo de la navaja, generando, o eso parece, un remanso, imaginando, terciando por el equilibrio, pretendiendo una carcajada y algo de ternura, incrementando la existencia misma, susurrando palabras de libertad y anhelando un mañana, al tiempo que hay un intento de superar las tragedias oteando el amanecer como un plebeyo que siente, soñando antes de despertar, soñando…

Todo les fascina a nuestros escritores, todo les hace vivir y experimentar, dejando fluir sus corazones, en homenaje a una lírica poética donde se plasman, a veces sin decirlo concretamente, las peripecias de cada cual desde sus propios ángulos, desde sus propios perfiles y planos, con la voluntad de transformación, de decirnos lo que es, para ellos, la existencia humana, sencilla y compleja a la vez.

Marcelino es amor

Hablar de un libro de poesía no es nada fácil, y no lo es porque no es sencillo adentrarnos en la piel de quien escribe, de quien narra sus actitudes vitales, sus sentimientos, brindando el fluir de su espíritu a través de palabras que albergan los secretos ancestrales de sus propias etimologías, no siempre captables con lo poco y/o con lo mucho que sabemos, con lo que nos transmiten.

El contexto de la poesía nos lo pone el momento en el que la leemos, cuando sus destellos adquieren una prestancia y una impronta particulares, difíciles de expresar. El libro que ahora nos ocupa eleva a la máxima esencia lo que conocíamos de la poesía de este autor hispano-mexicano. Su grandeza se transmite, protagonizando unas destrezas que solo quien domina la técnica como él es capaz de mostrarnos con tanta gracia, con un duende indeleble, simpático, eficaz, surtido de efectos sonoros y de deslumbrantes significados. Con el permiso del autor, le dedico esta entrañable poesía:

Marcelino es presencia,
permanencia, voluntad, deseos.

Algo mágico se reúne en él,
seguramente por su paso
por una vida cargada de vida,
por una estancia cargada de espacios,
por unas ilusiones superadas de años
buenos, hermosos, agridulces también.

Marcelino ofrece cariño,
y serenidad, y firmeza, y sencillez,
y vuelta a empezar con pasión,
con honor, con empeño recomendado,
con escrituras de finalidad sin fin.

Marcelino busca de todo,
y de todo hallas con su palabra,
que tiene significados profundos
y flores por significantes.

Aprendo de su verdad
todos los días, con amor,
como es él,
y por eso me gusta.

Pellicer es constancia

Mi amigo Juan Antonio Pellicer tiene, entre sus muchas virtudes, dos que descuellan y que me entusiasman: posee una extraordinaria sensibilidad, y es tremendamente constante, lo cual, unido a su cultura universal, le dan un empaque que le convierten en un autor excepcional.

Tanto su técnica como sus precisas ingenierías literarias le hacen acreedor a la reputación que los autores de esta Región le conferimos desde hace tiempo, un reconocimiento al que se han sumado escritores de todo el orbe. Indaguen lo que se subraya sobre él.

Me gusta también de Pellicer su debilidad por los últimos, por los que menos tienen, por los desfavorecidos; y, así, creo que ambos nos sentimos, sin decirlo, en una unión empática de la que me siento muy orgulloso. Espero que él también.
Conviene, asimismo, reseñar su búsqueda de la excelencia en todos los territorios y tramos de la vida, y, claro, la Literatura, su gran pasión, no podía ser una excepción. Estas letras van por él:

En el principio fue Pellicer,
y con él se cobijó la palabra,
un dardo conjunto, cierto,
sereno, con tranquilidad solidaria.

En el tránsito sigue Pellicer,
y sus muros caídos.
Tenemos muchos sabores en él,
con recomendaciones de estirpe sideral,
sin contradicciones, sin repliegues,
pues es expresión expansiva hasta el infinito,
lo cual me gusta tanto como su mirada,
que refleja bondad y sinceridad,
valores innatos que a los mortales
nos cuesta describir,
pero que en él es pura facilidad,
como su palabra, que es mimético ejemplo
de sus fulgurantes voces en un botánico
paraíso de bellos escenarios naturales.

Todo en él tiene ecos de lo soñado,
puede que de lo vivido,
en todo caso de lo que nos da equilibrio.

Juan TOMÁS FRUTOS.

P.D.: Enhorabuena a los dos por tan hermosos poemas. De verdad lo digo, con el corazón en la mano. Si no lo sintiera ciertamente, no podría concitarme con vosotros, los poetas. Gracias.

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