jueves, 26 de junio de 2008
Dolorido
Estás al mando, y lo sabes. Has aprendido bien el “oficio” desde tu punto de vista egoísta. Me alarmé al principio: ¡era tanto lo que te quería… y lo que te quiero! No puedo cambiar las cosas, su ritmo, sus hechuras, sus ademanes, sus torcidas intenciones sin reglamento ni balanceo acompasado. Tienes el poder, y eso es muy peligroso. El tremendismo es el cauce por el que te mueves, y me quedo imposibilitado en los trances relativos e insensatamente repetidos. Tienes las llaves de la puerta maciza, y me haces temblar con tu mirada sin cautela. Has preparado largamente la guerra, y no ganaré ni una sola batalla. No obstante, plantaré cara y revolveré todo: cielo y tierra. No me faltan ganas para patear lo que sea preciso. Sé el destino, el final, pero eso no me amilana. Me he inclinado demasiado para que sea una postura apetecida. Estoy entre conveniencias que implican a los que vienen y a los que van sin ton ni son. Las arbitrariedades, sobre todo las tuyas, me conducen como el demonio en Domingo de Resurrección. Estoy atado y bien atado. La tortura no tiene escapatoria, y yo estoy en el epicentro. Las discusiones se repiten. Estoy desolado, harto de una demagogia que no me acerca a donde deseo. Los resúmenes nos advierten con exclusividad. Me llevo todo, y me quedo sin nada. Me ofendes, y eres consciente de ello. Tengo el vientre lleno de nervios, de conclusiones erróneas. No descanso: no puedo, no me dejas. Has agrietado mis ojos, que lloran sin cesar desde el crepúsculo hasta el amanecer, que es avinagrado. Las amenazas, en tu caso, se cumplen, y estoy desasistido. Te llamo a la cordura, pero no me atiendes, no me escuchas, no como al principio, cuando procurabas que bajara la guardia. Posees gracia, donaire, simpatía, recursos suficientes para fingir sin escrúpulos. Mientes por tus objetivos, que conviertes en principales, sin que existamos los demás. Antes o después esa actitud te pasará factura. Nadie sale libre de estos escarnios gratuitos. La justicia aparecerá, aunque no sé cuando. Entretanto, me toca padecer. Mi gran error fue el enamorarme de ti, el admirarte, el entregarme a tus palabras huecas, a tus caricias, a tus esperanzas, que han sido en balde. En fin, puede que todo cambie. Alguien me aguarda en alguna parte, y lo sé…
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