jueves, 26 de junio de 2008
Mal de tiempo
Empiezo a acostumbrarme (y no bien, por cierto) a la manoseada expresión de que “andamos mal de tiempo”. Es la historia del huidizo tiempo. Desde que el hombre es tal, y también la mujer, se decide a aprehender el concepto temporal, y así nos va. Nunca hay tiempo para nada, y es verdad. Es la locura. Las cosas pasan, todo se deteriora, nada permanece impasible… Aunque se repiten las escenas, se mudan el fondo y la forma. De ahí, quizá, que las apariencias engañen, y seguramente antes de lo que pensamos. En todo caso, no podemos ni ganar ni perder el tiempo. Éste, de existir matemáticamente, que así será, no puede sujetarse a conveniencia. No puede ir hacia el sentido que nos convenga ni al ritmo apetecido. Como diría Marco Aurelio, es nuestro juicio sobre las cosas lo que varía, no los acontecimientos ni los hechos en sí. Si fuéramos lógicos, veríamos que es de este modo. Invariablemente se reiteran las situaciones de agobio, de saboreo de la felicidad, y avanzamos y retrocedemos en una imperturbable e implacable rueda que nos agasaja con unas posibilidades coloristas. Estamos locos, con esa vehemencia que interrumpe la felicidad cuando asoma a la hora de comer o de dormir. No vemos más allá de unas cifras que salen para abonar las cuentas a principios o a finales de mes. Es ese carrusel que nos degüella y nos rompe el alma en mil pedazos. Las astillas nos hieren. Aunque conocemos el asunto, no movemos ni un dedo para cambiar las rutinas diarias. Nos levantamos a la misma hora, hacemos los mismos quehaceres, vamos a los mismos sitios con las mismas personas, y nos despedimos del día con el mismo cansancio físico y existencial. Pasan los años, y nos decimos que son éstos: es el tiempo que tenemos, que siempre tenemos encima como una losa pesada, como una carga que nos llena de canas y de saliva marchita. Somos borricos, con perdón, que no miramos hacia el paisaje y el paisanaje de los escritores del 98. Vamos como en aquella película, “Deprisa, deprisa”, y acabaremos como los personajes tanto en la ficción como en la vida real. Ya saben: cuando se va “mal”, es solo cuestión de tiempo.
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