jueves, 23 de octubre de 2008

En la memoria recuperada

Mercedes ya tiene memoria. Mercedes está presente. Mercedes nos recuerda, nos ve. Nosotros hoy la recordamos a ella. Siempre será así. Mercedes está con nosotros, con su familia, con la de aquí, con la de arriba. Ya no pregunta por Ángeles ni por Pilar. Habla directamente con ellas de nosotros, de su vida y arrebatos, de sus momentos duros, también de su felicidad. Comparte su energía, sus rezos, sus bailes, sus dotes de cantante (¿quién le parece de aquí?). Mercedes tiene memoria, una memoria prodigiosa que recuerda que fue una mujer de su tiempo, o puede que incluso una adelantada. Provenía de una familia adinerada. Eso no le condicionó. Luego las cosas no fueron tan bien en lo material, y no se rasgó tampoco las vestiduras. Afrontó los tiempos como vinieron. Ella, y sus dos hermanas, se pusieron a trabajar todo lo que pudieron, y más, que fue más. La guerra la partió en dos mitades, que luego se complementaron. Tuvo un hijo, pero perdió un marido. Se sobrepuso, y siguió, siempre siguió Mercedes. Aquel marido dicen que murió en Francia: de alguna manera no fue así. Vivió en ella, a través de su hijo, de su energía, siempre creciente. Se casó de nuevo, y de esta relación surgieron dos retoños que luego, que ahora, son templos de sinceridad, de amor, de solidaridad, de entrega. Me refiero a sus hijos Joaquín y Paco. Nuestra Mercedes fue fuerte, no cejó en su lucha por la vida, por apegarse a ella, por exprimirla, y por compartir todo lo que sabía y lo que tenía con su familia. Compartió hasta la memoria, que perdió, y por un tiempo nosotros, su familia, se la mantuvimos, se la conservamos. Aún hoy en día protegemos esa memoria. Mercedes fue muchas cosas. Fue una mujer de su tiempo, como he dicho, y por eso, y en consecuencia, revolucionaria. También se mostró como una persona creyente. No olvidó que el ser humano viene de lo desconocido, y a él regresa inequívocamente. Sufrió mucho, recordamos. Perdió familiares muy cercanos, perdió a su marido, vio morir a una hija y a un hermano. Eran otros tiempos, nos decimos, pero había que pasarlos. Ella lo sobrellevó con mucho amor y con honradez y hermosura, la misma que transmitía su rostro. Con sus casi 90 años a cuestas, dijo que no se acordaba de muchos eventos pasados. Supongo que la memoria a veces hace más daño que favores. Prefirió mirar de otro modo, con esa vista apasionada, transparente e inofensiva. Por mucho que parecieran sus palabras, duras como las piedras, su discurso era suave como el agua en la mañana. Le memoria le falló, pero no la energía. Tuvo hasta el final mucha vitalidad, que semejaba una fuente inagotable. Se colocó a la sombra de una sombrilla, y decidió tirar hacia delante con la perspectiva y la seguridad que dan los años. Ella no estaba triste. Pese a todo, se decía, o pensaba, no había motivos. “La vida es vida, y hay que vivirla”, sugería el poeta, y ella fue un ejemplo de que así ha de ser. En su bendita locura, en sus arrebatos, en su cariño desbocado, era especial. Era exponente de ese encuentro que siempre queremos para nosotros, para los nuestros. Cuando veía que alguien se reía de su falta de memoria estoy convencido de que meditaba que no siempre es buena la memoria. Ésta, a menudo, nos hace menos atrevidos, más introvertidos, más enrevesados, menos audaces, más cansados, más callados, nos introduce en cavernas en las que nos guarnecemos en primera instancia, pero al tiempo nos encerramos, y eso, creo, no es bueno. Ella despejó el camino y se despojó de la insensatez de los atavismos extraños, y hasta el final se soltó la melena. Fue ella misma, eso sí, con la experiencia de los años. Completó un ciclo, el de una existencia tan compleja como satisfactoria. Vino al mundo en la diputación cartagenera de Pozo Estrecho, y se fue desde la pedanía murciana de Algezares. En este tránsito se hizo ciudadana del mundo, algo más que eso. Ahora ya lo es del universo, de todo el firmamento. Y además, amigos, amigas, sabed que Mercedes ha recuperado la memoria. Ya no tiene motivos para vivir en ausencias. Ya tiene a todos los que perdió: maridos, hijos, hermanos, padres, gentes queridas… Siempre estuvo acompañada. Ahora lo está más. Ya no echa de menos a nadie. A nosotros, a los de aquí, a los de este planeta tierra, nos ve cada mañana, y nos transmite su “chispa” en los sueños de cada noche. Mercedes ya tiene memoria. Hoy nosotros somos su memoria, y, mientras vivamos, ella estará entre nosotros, lo que equivale a que no morirá nunca. Mercedes canta hoy, y sale de las sombras de su sombrilla para brillar como nunca en sus hijos, en sus nietos, en sus vecinos, en los que tanto la quisimos. Hoy rezamos con ella y la sentimos tan viva como siempre, porque hoy Mercedes ya tiene memoria.

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