Hay semanas en las que uno se siente al otro lado. Es como
si todo ocurriera con cierta precipitación, de manera imparable,
arrolladoramente, si bien somos conscientes de que los ritmos vienen resaltados
por la propia naturaleza de los acontecimientos, que aparecen cíclicos, en
oleadas intermitentes.
Se propician, en ciertos intervalos de tiempo, las
distancias, y quedamos un poco en ese margen que nos permite trayectorias
variopintas que dejan un sabor agridulce: surgen los aprendizajes con sus peajes,
dejando luces, sí, pero también descubriendo, con sus brillos, a quienes nunca
debieron estar tan cerca de nosotros.
Buscar las palabras adecuadas no es fácil. Hay impotencia,
resignación, cesión ante los acontecimientos, por otro lado imparables, de modo
que aceptamos que queda la impronta de un recorrido cargado de beneficios y de
esos equívocos de los que tanto se aprende. Las rutas se desarrollan así.
Cuando esperas verte con alguien y resulta que quien acude
a la cita es otra persona te experimentas tan vacío que la pregunta inevitable
es ese porqué que recoge ecos de soledades hondas que nos despiertan en los
albores de mañanas inefables. Toca callar por un error siempre más propio que
ajeno. No todo puede ser un triunfo, pero el fracaso nos aplaca en exceso.
El empeño por ayudar ha de situarnos en los frontispicios
de las razones que producen singulares deseos de paz y de provecho. Abonemos
los mejores campos, pese a lo dicho, pues, como mínimo, hemos de intentar la
transformación. Contribuir al desarrollo es un afán mayúsculo. No obstante, no se
cosechan en todo momento los frutos anhelados. Ser pacientes, ante las
consideraciones del presente y del porvenir, es un buen consejo, a menudo el
único válido. Poner en ejecución la quietud es sumamente enrevesado.
Levantarnos después de caer
Duele, sí, otear que nos distancian, que nos hurtan las
opciones del contento compartido. Otros, y es normal, ocupan parajes elucubrados,
pero, sabiendo que la vida es de esta guisa, que debe serlo, reclamemos
respeto, que no siempre aparece con su corte y educación. La complejidad del
presente nos rompe más de lo preciso. No olvidemos, pese a todo, levantarnos
después de caer.
Ciertamente hay jornadas que nos destinan a proyectos e
iniciativas que se fragmentan por el fracaso de una amistad diluida en el
interés, que tiene su lógica, mas igualmente alberga desdén y apatía. Por ello,
quizás, no entendemos lo que pasa, ni lo queremos comprender. Si lo hiciéramos daríamos
cobertura a imposturas que hacen que la crisis, en esta coyuntura de valores
que saltan por los aires, sea aún mayor. Protegerlos es una obligación, e
incluso más que eso: una necesidad.
Juan TOMÁS
FRUTOS.
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