Deben ser las circunstancias. Seguro que es eso.
Esta semana llevo dos de dos. Puede que el número sea mayor, pero, en realidad,
me he fijado en dos ocasiones en las que he intentado ser respetuoso, y en las
dos oportunidades me he quedado con la sensación de que alguien o algo ha
cambiado las reglas: es evidente que no todos miramos por el mismo cristal.
Pongo dos supuestos, pero seguro que, por desgracia, hay más.
Una de las situaciones a las que aludo, y que seguro
que nos enseñan, es aquella en la que vamos a pasar, en compañía de más
personas (peatones), por un paso de cebra, y el primer vehículo que llega por
nuestra derecha para el coche y con amabilidad nos invita a pasar con calma, al
tiempo que el vehículo que viene más atrás circunvala al parado para brincar
ese paso protegido ignorando lo que está sucediendo. Por la velocidad a la que
conduce su dueño, está claro que le importa poco.
Imaginamos que son las prisas, que son las locuras
colectivas, que son las ausencias de fijarnos en lo que sucede en el entorno
inmediato. Indudablemente, vamos en un estado de demencia permanente. La
ignorancia, en el sentido integral de los seres humanos que nos rodean, genera
cada jornada muchas inexactitudes, problemas y carencias, además de fricciones.
Hay, en lo más cercano, otro caso similar. Llegamos
a un lugar público. Nos preparamos para cruzar el umbral de una puerta. Vemos
que otra persona con una niña pequeña se aproxima, y, justo en vez de pasar, le
cedemos el paso para que sea la otra la que traspase esa línea imaginaria con
todo el sosiego del mucho. Por lo tanto, nos detenemos para que camine con
holgura. Como el que no quiere la cosa, la persona que viene detrás de nosotros
nos adelanta como si fuéramos unos lelos, esto es, nos capta como si no
fuéramos capaces de comernos el mundo y llegar los primeros donde haga falta.
Es evidente que se considera más lista, hasta el punto de que si le afeamos la
postura se ríe, como reseñando aquello de “pensará éste que me preocupa lo que me
diga”.
Importancia del conjunto
Es, el nuestro, un mundo de avispados, de gentes que
quieren llegar los primeros como si eso fuera lo importante, cuando lo
relevantes es arribar sin romper normas ni gentes. La justicia tiene que ver
con que apuntemos las suficientes oportunidades sabiendo que, en el bombo de la
naturaleza, de la historia misma, no han de faltar ninguno de los componentes
del ecosistema. Las opciones suponen elecciones reales para el global, aunque
luego los porcentajes tengan sus especiales bailes.
La inmensidad se entiende desde la apreciación de
cada átomo. Hemos de saber de su carácter esencial desde la convicción de lo que
aportan para el sustento general. No debemos olvidar que sin lo pequeño lo
grande no existiría, o no tendría el valor que se le otorga.
Lo ingente tampoco debe olvidar que, aunque albergue
vidas súper-ricas en dinero y en poder, en autoridad, en reconocimiento, sin la
suficiente caridad y humildad en el trato, no es nada.
Si nos miran a los demás como transparentes, si
detestan o soslayan lo que podemos ser, si piensan que son los primeros
respecto a los otros, si nos quieren ganar a toda costa, si no nos otean a la
cara cuando nos circunvalan para ganarnos cuando hemos parado para ceder el
paso, si acontece que se vive en la inopia y en la ignorancia, lo que nos
reportan los protagonistas de estas imposturas con su ejemplo es que no merecen
estar donde se hallan. Deben meditar que las responsabilidades, las alturas,
están para servir y no para ser servidos. La percepción totalizadora es inversa
a lo que se espera.
El consejo en este cosmos de raudas tareas y de
pensamientos precipitados para ser los triunfadores de un sistema que se cae es
que relativicemos todo. Volvamos a aquello de Aristóteles de que el ser humano es la medida de todo. Lo es si
queremos contemplarnos. Si no lo hacemos puede que lleguemos los primeros o
puede que otros más fuertes nos atropellen en vez de soslayarnos. Malo es no
divisar, como malo es no sufrir por el caído. El baño de humanidad de Kierkegaard se precisa más que nunca.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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