Mi recordado Santiago
Fernández-Ardanaz hablaba de la Cultura del riesgo. Su visión
antropológica, su óptica en calma de la vida, sus percepciones de los
imaginarios, lo habían llevado a interpretar la existencia con reflejos y
realidades desde una mesura tan cabal como relevante.
Así, hemos de tener en cuenta que salimos a la
calle, y, aún en casa, claro, y todo puede suceder. Lo que llama la atención es
que no ocurran más eventos nefastos. Claro que en el riesgo está la oportunidad
y el propio milagro de existir, pero, sin duda, hemos de procurar que lo
negativo sea lo más pequeño posible. En lo que concierne al tráfico, por ceñirnos
a un ámbito en concreto, es impresionante cómo se cometen infracciones un día y
otro. Pese a las miradas de desaprobación y alguna que otra recomendación,
siguen y siguen.
Se podrían poner muchos ejemplos, pero basten
algunos que aparentemente no son peligrosos, y que sí lo son: nos acontecen
cada jornada. Entre los posibles casos que podemos reseñar, reparemos en que
una y otra vez hallamos a un propio que coge la moto y se pasea por la acera y
por calles peatonales hasta su propia casa. No hablamos de acceder a un garaje.
Lo que se señala aquí es que recorre 50 metros en moto para no caminar a pie hasta
su puerta (andar es duro), con el lógico peligro para niños y adultos. Es un
tipo grande que parece comerse el mundo. Su faz refleja este comportamiento.
Hay, además, otros que hacen tránsitos en motos por los jardines de su barrio para hacer las
gestiones mucho más rápidas en el entorno. La convivencia de espacios entre los
adecuados para el tráfico rodado y aquellos en los que podemos deambular no va
con ellos. No saben, no contestan.
Son dos indicios de que algo no va bien, como no es
de recibo que no paremos en los pasos de cebra o que hagamos competiciones de
velocidad por vías en las que la limitación está en los 40 kilómetros.
Cualquier persona que se ponga delante del vehículo tiene boletos especiales
para ir malherida a un hospital, y todo por la poca conciencia de quienes
manejan el volante, que circulan alocadamente.
Podemos hablar en estos supuestos de incivismo, de
una incultura manifiesta que conviene mitigar: resaltemos que en juego están
nuestro bienestar y nuestra seguridad. Los niveles de polución y de ruido que
igualmente tenemos que soportar en zonas de esparcimiento son, asimismo, puntos
de interés que hemos de denunciar de una manera clara.
El riesgo es inevitable, pero lo que sí podemos
reducir son los niveles de mala educación y de ceguera -así la tildaba José Saramago- con los que nos movemos
en un excesivo y roto escenario de lucha por ver quién tiene más dosis de
egoísmo.
Depende de nosotros
No conviene que aceptemos esto referido como algo
insoslayable o como un mal menor. De hacerlo fomentaremos algo más que los
incidentes que se puedan producir. La vida es demasiado corta para ir pidiendo
oportunidades de cohabitación que deberían haberse aprovechado ya.
Cada vez somos más en el teatro del orbe, y eso hace
que las normas, siempre necesarias, lo sean aún más. Dejar al albur de la
suerte lo que deberían ser actuaciones correctas es un síntoma de que algo marcha
regular en materia de tráfico. Hay más asuntos que destacar, pero hoy nos
detenemos en éste, que, como ven, no es baladí. Hablaremos de más aspectos.
Otro día.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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