No sé por
qué, pero me recuerda a esos viajes de hace unas décadas, cuando uno iba a
Madrid a triunfar. Hablo de él, puede que de ti incluso. Parece evidente que no
tenía claro el cómo ni el porqué. Puede que sí: a lo mejor lo que hacía era no
pensar para que los nervios no rompieran la magia y el destino.
Madrid,
en este caso, como la Antigua Roma, era y es lo máximo para el éxito que buscaba
y que ansía. Sigo en presente. Medita mientras va en manos de una singladura
que resurge en sino y circunstancias. Ha laborado mucho por y para lo que
podría suceder.
En
realidad, no quiere ser conocido, pero lo será. No anhela el dinero, que lo
tendrá. No persigue que lo abracen y que le den la enhorabuena. Habrá cola, no
obstante. Sueña con ser él mismo, con mostrar valentía, con fundamentarse en
unos valores ancestrales. Se fraguará.
Constituye
el amor a la heroicidad que representa. Lo percibe. Por eso este trayecto es
especial hacia le meca de su arte. Ha llegado, otra vez, el momento, y, como en tantas oportunidades posteriormente, deberá constatar que está hecho para esto.
Se reproduce la vida, que ahora, en crisis, no somos capaces de descifrar.
Sale al
ruedo, y se dice que su enemigo hoy, amigo al tiempo, no le podrá. Hará que el
círculo se complete físicamente, y, asimismo, de manera intelectual y vocacional.
La llamada es atendida esta tarde entre su público: ha triunfado. Se encuentra
cara a cara con sus elucubraciones y se reafirma en que tuvo la suerte de saber
qué precisaba. Era estar aquí. También el azar le propicia que se consume.
Nuestro querido maestro pone el resto en el sentido literal de la expresión.
Ya ven
que juego con el pasado y el presente, como acontece en la propia existencia.
Juan TOMÁS
FRUTOS.
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