Es bueno. Lo es en todos los sentidos del término.
En su arte es único. Le gustan las costumbres, y las plasma con realismo y
ternura. De muy joven se deleitó con los toros, y diseñó escenas y
protagonistas con un esmero cargado de duende. El espíritu que traslada es
excepcional. No es fácil que los retratos formulen el alma de quienes aparecen,
pero en nuestro creador, el poder hacerlo, es un don.
La Semana Santa y la
Huerta son estampas
preciosas, magníficas, que envuelve con lealtad, hermosura y dignidad. Importa,
y mucho, su trabajo, imprescindible para entender el panorama pictórico
regional de la actualidad.
Está pendiente de todo y de todos. Caracteriza el
quehacer cotidiano con referencias claves. Comprende la sociedad, y la traslada
con entusiasmo y armonía. Pondera los detalles y los eleva a categoría con una
facilidad propia de quien tiene talento.
La acuarela y
la plumilla, tan complejos de manufacturar, albergan una soltura especial
en nuestro amigo, que lo es no solo por su capacidad, sino peculiarmente por su
bondad. Hablo de Pepe Franco. Su
mejor tarjeta es él mismo, que expresa la existencia con determinación y
creencia en el futuro a partir de un presente en el que se inmiscuye con
transparencia.
Junto a la pintura, su otra gran devoción es la
fotografía. Lo suyo es lo visual, que, como bien nos corrobora, siempre vale
más que mil palabras. Por eso para apreciarle deben contemplar su faena. Tienen
muchas oportunidades en las redes sociales, pero igualmente en sus numerosas
exposiciones. Pasen y vean.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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