Me
encuentro con un grupo de amigos hablando del espíritu que nos rodea en
diversos momentos del año. Nos tratamos de igual a igual. Nadie piensa que lo
que indica esté por encima de lo que refieren los demás. Eso me gusta. Nos
complace el respeto con el que nos consideramos ¡Ojalá fuera siempre de esta
guisa!
Les subrayo en un momento determinado que lo que
vale en cualquier aspecto, faena u oficio de la vida es que lo hagamos por
amor, por cariño, por el deseo del bienestar ajeno y propio. No ha de ser,
ésta, una actitud eventual, sino un anhelo que nos vincule hacia un mundo
mejor.
En una etapa, la actual, en la que los criterios
parecen estar en entredicho, las influencias mutuas han de plantear las
interioridades que nos conectan frente a las diferencias que a menudo tratamos
de exponer como principales baluartes. La paz, la justicia y la concordia desde
una óptima postura nos cuadran. Cuando buscamos con lealtad el resultado es
casi perfecto.
Todos somos vulnerables. Eso es lo que nos
recuerda el mundo del toro, además de nuestra correspondencia con la
Naturaleza. Nos hemos de apoyar en los que no cesan pese a las alertas de
soledad e incomprensión.
Estamos ante el comienzo de un nuevo año, ya con
carteles y perspectivas cargadas de entusiasmo y responsabilidad. Ante ello
dejemos a un lado las sospechas infundadas y escudriñemos con el afán de una
querencia real. Con amor y esperanza, este arte, un poco de todos, no solo
evolucionará, sino que estará, asimismo, en el lugar que le pertenece.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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