Conviene
a veces que definamos lo que es una celebración, lo que interpretamos como una
fiesta, para ver si cumple con los cánones cruciales. El problema es que los
vocablos no siempre nos hacen deducir lo mismo.
A menudo
ocurre que, con su uso, pierden, los términos, significación. Nos centramos, en
este artículo, concretamente en esta voz incardinada en sus afecciones hacia el
universo de la tauromaquia.
Hemos de
recordar que una fiesta alberga protagonistas. En el caso de la taurina,
tenemos de todo, desde personajes principales hasta secundarios, fundamentales
para lo que sucede.
En
paralelo, una fiesta posee un lugar de interés para compartir. El coso, la
plaza, es el punto de excelencia. Seguimos avanzando en la prospección.
Igualmente,
hay un público que está en el eje, y una audiencia que divisa. Aludimos aquí a
los intervinientes que hacen crecer y justifican la fiesta aludida.
Nos
encontramos, asimismo, con un principio y un final óptimos, espectaculares,
como aconsejaba Aristóteles. No
faltan tampoco los puntos de inflexión, que testimonian un relato en el que
percibimos gentes que vienen y que van, que desaparecen, que surgen, que se
complementan en ese acontecimiento.
Además,
nos puede quedar un sabor agridulce, porque todo tiene un riesgo, y todo no
sale bien siempre. Eso no quiere decir que no nos expongamos a disfrutar, que
lo hacemos. Es la fiesta taurina,
con la que nos emocionamos y, no lo olvidemos, también aprendemos.
Juan TOMÁS
FRUTOS.
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