Hace tiempo que no creo en las princesas de cuento,
ni en los príncipes, claro. ¿Qué ha pasado? ¿Quién tiene la culpa? No lo sé.
Puede que la vida me haya embestido en demasiadas oportunidades, es posible que
algunas cuestiones cruciales no hayan salido como queríamos, quizá los fracasos
(no muchos) vengan de los que se vendieron de esta guisa… Es cierto que, con la
edad, hemos superado algunos límites, algunos conceptos y territorios de
tolerancia.
Verdaderamente, hay situaciones ideales: podemos ver
cada día, sí, también, a través de ojos con brillos; se dan esperanzas en lo
excepcional y en lo cotidiano. No obstante, no siempre salen las cuentas. Las
dos realidades, asimétricas, no deben importarnos en exceso, la verdad. Observemos
resultados, y tomemos nota. Los efectos han de ser diversos.
Por ende, configuremos, por favor, los espacios y
sigamos la estela de Washington a la
hora de tomar una decisión. La vida tiene múltiples itinerarios. El corazón,
antes o después, sabe elegirlos. No caigamos en el vacío inútil, estéril, como
señaló Chesterton. Abriguémonos.
A veces uno tiene lo mejor del mundo, como nuestros
limones murcianos, y nadie lo sabe, ni siquiera nosotros. Es difícil salir
adelante con la apatía, con el cansancio, con el descrédito consentido. Con
lógica, y como norma, hemos de rechazar el desdén para que sepan (los que se
mueven en contrario) que no aceptamos la pérdida de manera gratis. Atendamos la
buena música y reprobemos la mala.
Las grietas consentidas en los labios nos quitan el
interés por besar o porque sean besados. Hemos de humedecer, refrescar, los
acontecimientos con los que queremos crecer, si ansiamos subir convencidos a
los desvanes de la diferencia, del cariño, del deseo.
Las destrezas, nos recordaban los miembros de la Escuela de Frankfort, vienen de las
experiencias. No acompañan éstas en la medida que estimamos o buscamos. Por eso
hay que bregar por desarrollar capacidades que nos equilibren desde el empeño y
la sabiduría, que no vienen ni rápida ni sencillamente. Es cuestión de tiempo.
Como anhelo, nos hemos de abocar a las actividades
que nos recorren el alma con paciencia y lealtad. Seamos bondadosos. El
universo devuelve lo que recibe. La apuesta ha de constituirse en la confección
de la dicha.
Repito: hace tiempo que no creo en las princesas. Ni
en los príncipes. Ellos y ellas también pasan de nosotros. Lo cierto es que el
mundo es muy grande para llorar por una coyuntura que ha de extender (debe) los
años buenos hacia el lado del amor como base de un porvenir en el que desde
siempre hemos confiado. Podemos seguir así.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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