Dicen que es difícil decir adiós. Creo que es mucho más complicado vivir el día después a la despedida, sobre todo cuando es forzada. Nunca me han gustado los puntos y aparte, por mucho que sean una regla de la naturaleza de las cosas. Me causan mucho dolor, una pena que me parte y me desgarra.
Cuando pasan los años, según nos decimos, nos acostumbramos a ese deambular que es la existencia por numerosos vericuetos y por sendas de alegrías y de tristezas. Bueno, nos habituamos a ver pasar entre el paisanaje todo tipo de eventos, buenos y malos. Estamos compelidos por fuerzas que nos superan, y eso hace que aceptemos hasta lo que nos parece injusto y no comprendemos.
Y he aquí que la piel padece otro jirón que nos hacen rompernos en mil pedazos ante la fragilidad de lo humano. Otro amigo, Antonio, se nos ha ido de esta dimensión. Confiamos en su trascendencia a otra.
Duele, y duele especialmente por su capacidad para hacer amigos, para entusiasmar, para emprender iniciativas solidarias, para entregarse a los demás… Duele porque nos hemos quedado un poco huérfanos. Duele por las conversaciones, ahora interrumpidas, que ya no volveremos a tener. Duele porque echaremos de menos su carisma, su sentido del humor, su fortaleza tan humana…
Me siento confortado porque, hablando con su mujer, me dijo que me consideraba su amigo, cuando él era con mucho un ejemplo de todo. Aprendimos de él, aprendimos de ti, Antonio. Lo mejor que podemos hacer es seguir tu ejemplo, querido compañero de miradas y mensajes que me hicieron compartir una estela espiritual reservada tan solo a quienes empatizan de verdad. Gracias por tan buenos momentos. Intentaremos que te sientas orgulloso de nosotros.
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