El conocimiento, siempre nos dijeron, no ocupa lugar. Hemos entendido con el paso de los años que se trataba tan solo de una expresión, de una forma de hablar. Claro que ocupa un sitio determinado, aunque no lo veamos. Lo que ocurre es que, con el transcurrir del tiempo, parece que, cuando menos, las formas de almacenarlo o de interpretarlo se han hecho más minúsculas y más llevaderas en cuanto a peso y tamaño. La era de lo virtual, de Internet, de los chips prodigiosos nos ha conducido por escenarios anteriormente impensables, o, mejor dicho, únicamente soñados por las mentes más privilegiadas.
Todo el compendio de las ideas, de los eventos, de lo que ha sucedido, de lo abstracto, conforma una entidad difícilmente reseñable, pero que está ahí con sus fortunas más o menos entendibles para el común de los mortales. Lo hallamos en la Red de Redes, en ese espacio virtualmente real. Se ha descubierto la piedra filosofal, si bien no en el sentido que comprendieron o elucubraron nuestros ancestros.
Ahora todo es de otro modo. La ciencia se auto-alimenta, nos regala auténticos saltos de vértigo que nos invitan a comunicar todo con todo. El sentido de lo universal, de la conexión entre todo lo creado se advierte con una singularidad que nunca antes tuvimos al alcance. Es un tesoro difícil de evaluar, pues seguramente tiene todo el valor del mundo. No hay precio posible para las garantías y las opciones que ahora nos toca vivir y saborear. No siempre lo contemplamos de este modo, pero lo cierto es que las posibilidades son inmensas.
Todo el saber
Quizá, como somos seres de costumbres, con ellas dejamos de ponderar en su genuina valía las oportunidades de esta era imparable. Sin embargo, nadie puede negar que gozamos de ventajas que anteriormente no se poseían. Estamos a años luz de generaciones precedentes. Además, cada año, cada década, el salto es infinitamente mayor que el dado en el estadio anterior. El crecimiento es exponencial. Hace décadas que estábamos avisados de ello.
Por lo tanto, gracias a las nuevas tecnologías, todo el saber universal llega a toda la población, o puede arribar, pues a nadie se le escapa el hecho de quedan importantes cuotas de vacío en los países menos desarrollados, donde la economía sigue siendo la gran batalla perdida. Pese a ello, desde el punto de vista científico, la información, la formación y el uso del entretenimiento en nuestro tiempo de ocio son asequibles en virtud de las nuevas tecnologías y de Internet, que han universalizado todo a todos, como conviene repetir. De nuevo, la utilización de un hallazgo invita a pensar en sus resultados en función de los elementos equilibradores o de los afanes solidarios que se puedan dar, que no siempre se presentan. A menudo nos falta generosidad.
Cuando menos, digamos que, en teoría, todo el conocimiento universal (el que existe, el que existirá) está más cercano que nunca a ese sujeto universal de la información que considera José María Desantes, esto es, el público en general. De este modo, hay una convergencia de tecnologías, de medios, de recursos, y también de fines: lo universal llega al universal (al sujeto, al ser humano, al eje de la creación, según la vieja teoría griega). Cualitativamente y cuantitativamente esto es importante, pero ha de serlo más cuando el acoplamiento de opciones y de realidades se aproxime al porcentaje de ese 100 por 100 que tanto anhelamos, porque, además, es posible, y deseable… Podemos, amigos y amigas.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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