Has muerto solo, o me lo parece, lejos de la patria. Pasa el tiempo, y el tiempo nos repite la esencia del todo y de la nada, se repite de cabo a rabo, hasta darnos en las narices por si queremos aprender más de la cuenta. Te has marchado, y te has ido de la manera más incomprensible. Un accidente en moto, una curación que no llega, un avión que no se fleta, unos rumores que te distancian de la solución, y, entretanto, llegas al final de ese río que se acaba en la mar de aquel poeta tan conocido como anónimo.
Julián, has quedado con flores y sin palabra, con sonrisas y sin aliento, con miradas sin travesuras, sin aciertos por inactividad. No es momento para valorar, sino para añorar. Ni siquiera me plantearé lo que pudo haber sido y no fue, lo que podríamos haber hecho desde nuestra ingrata cadencia informal, desde lo que nos consuela, o podría, por reiterado, por humano, por sentido…
Has callado, Julián Lago, has devuelto la mirada, has dejado el testigo con el dolor de un trance tan inesperado como inaudito. No entraré en polémicas, no me dejaré llevar por la controversia, sino por la dulzura de lo humano, que siempre contemplé en ti, pues siempre advertí, y lo digo ahora que me escuchas desde otra dimensión, un valor solitario y solidario que únicamente las personas comprometidas y endurecidas por el destino de la incomprensión muestran en los jirones que les propina la existencia.
Estimado comunicador, maestro, te mando un abrazo desde Murcia,
Juan TOMÁS FRUTOS.
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