Hoy hago un alto en mi trayectoria de prisas para acercarme con dulzura y tranquilidad a uno de mis maestros. En unos días, Pedro Farias García presenta un nuevo poemario. Dice que lo hará en tierras zaragozanas, donde compartimos buenos amigos. Bueno, tenemos en común mucho más: entre otras cosas, defendemos una similar convicción sobre lo que es la vida; nos conforma una tesis doctoral que él me dirigió; contamos con el apoyo de su hijo, Pedro como él, que es un gran aliado; nos gusta comer y conversar en torno a los universales griegos… Nos miramos, seguramente, como almas gemelas, a pesar de las distancias. En lo intrínseco estamos en el mismo lado.
En las últimas décadas he crecido con varias personas en mi entorno que considero muy especiales. Si pongo en un lugar prevalente a las gentes de mi familia, por obvias razones, tengo, en paralelo, en Pedro Farias un emblema sobre lo que es el espíritu universitario, acerca de lo que es una persona culta, sobre el crecimiento personal e intelectual…, y por miles de razones lo considero un amigo del que aprendo a raudales cada día.
Conecté con Pedro cuando estaba en Madrid, buscando salir adelante en una profesión que me ha dado todo. Aprendí con él, y sigo haciéndolo. Lo último es ese deseo que él manifiesta a sus más allegados de vitalidad, de compartir, de ser entre los demás, con los que continúa fomentando buenos anhelos de una manera descollante. Tiene buen humor, y mejor hablar, y mejor sentir. Lo demuestran esas poesías de las que hablo, que resumen su talento, su talante, su vocación.
Hay pocas personas en nuestras vidas a las que podamos llamar maestros. Él es una de ellas. Me considero un privilegiado cuando paso con él esas horas que me dedica cuando viene a Murcia, cuando se acerca a esta tierra donde hizo el bachiller, donde se aplicó en la Universidad, a la que supo amar como el primero. Aquí nació, y eso le hizo como es. Presume de murciano, como bien me cuentan, allá donde va.
En breve presentará también una reedición de su libro sobre las Constituciones españolas. Es un gran conocedor de la democracia, que defiende en lo teórico y con vehemencia práctica. Es peculiar, sí, mi amigo Pedro, mi maestro, toda una referencia con la que poder mejorar en lo intelectual y en lo personal, que son dos órdenes que van parejos.
No me pregunten por qué, que imagino que no hay un motivo determinado (puede, más bien, que haya cientos), pero hoy me apetecía hablar de los afectos hacia Pedro Farias, y así lo he singularizado, pues sobre su talla académica, sobre su trayectoria biográfica, ya se ha hablado recurrentemente y, aún siendo importante, no dice ni la mitad de lo que es en su biografía más íntima. Pedro, te mando un abrazo muy fuerte desde Murcia. Eres un catedrático en el sentido más extenso de la palabra. Lo sé, y te lo digo. De discípulo a maestro: con ese respeto y admiración te escribo.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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