Volvemos sobre nuestros pasos restaurando lo que fue sustento y fortín de buenos destellos comunicativos. Surgen las ideas, quizá insistentes, salpicadas de intenciones que nos llevarán a donde sea menester. Debería decirte todo lo que pienso ahora que estoy más que convencido que nunca de que todo error, toda falta, cualquier distancia, se basa en una carencia de afectos comunicativos. La cercanía hay que practicarla en cada circunstancia vital, pues es lo que nos salva de que las pequeñas cosas crezcan y se hagan excesivamente pesadas y grandes. Nos hemos de aliviar con conversaciones que nos saquen de soledades estrepitosas. La vida es una constante búsqueda de oportunidades en lo que concierne a las relaciones y las comunicaciones.
Hagamos caso a los corazones que nos inventan alas para que podamos viajar con imaginación por esos anhelos que no siempre vemos en tiempo y forma. Las consultas se traducen en conocimiento, y éste, sinceramente, nos hace libres. La vida lo es en todas las aplicaciones con las que corremos. Insertemos los instantes más graciosos y menos graves para obtener el máximo beneficio y complacencia.
Pasan las horas con esos elementos que nos han de presentar los mejores aciertos entre novedades de caricias reinventadas y revitalizadas. Hemos consultado esos tiempos en los que todo escapó para regresar a los orígenes mismos. Hagamos que el funcionamiento esté en los términos que anhelamos. Los principios son ciclos con los que alentar las experiencias de planteamientos con coraje. Olvidemos lo que no es, lo que nos insiste con paciencias sin frutos determinantes.
Nos hemos de predicar con ejemplos de soluciones con las que somos en el tránsito hacia la gloria misma. Hagamos caso a los corazones, pues alimentan los malos momentos con lo que nadie nos puede robar, esto es, el amor, las bondades, los aspectos de la esperanza indeleble…. Fabulemos para creer en el futuro maravilloso que, sin duda, llegará. Hemos abierto las ventanas y sus oportunos gozos.
Nos maravillamos con las cuestiones que nos abundan con sencillas actitudes de vivir. Las huellas nos servirán para seguir a los que se interpretaron como modelos, que hemos de recordar. Las mesuras y sus semblantes llegan del modo más sincero. Vivamos el minuto a minuto con la sabiduría de interpretarlo como irrepetible: por eso ha de ser maduro, sencillo, calmado, quizá elocuente a veces, pero con la voluntad de no herir sino de ayudar a nuestros congéneres con quienes tenemos una obligación muy especial.
Amemos con atención, y situemos la sinceridad en ese tránsito hacia el resorte de los números secuenciados en momentos de estipulaciones periódicas. Lleguemos a atender lo que nos sonríe con sus versiones más familiares. Hemos comprendido que el amor es en el todo, en la relación de cuerpo a cuerpo, en las miradas yuxtapuestas con predicamentos sonrientes. Atendamos, pues, las razones para el contento. Al final, digo lo que pienso, y eso me hace pensar mucho más en lo que digo y en lo que hago. Formulemos en ese espacio comunicativo por el que tanto bregamos. Fluyen los pensamientos con más discernimientos, con más agallas, con más voluntades, con todo el respeto. Quizá toca refrescar lo que fue mucho más que una buena intención. Superaremos las presencias con todo lo que tiene algo de sentido, o puede que mucho más de lo que somos capaces de expresar.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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