viernes, 29 de octubre de 2010

“Lo que siempre está ahí” o la esencia de Marcelino

El título del último poemario de mi amigo Marcelino Menéndez González (si no es el último, por el ritmo que lleva, casi) es harto elocuente: “Lo que siempre está ahí” (Editorial Azarbe). Quizá pudo haber cambiado el tiempo verbal, e instaurándolo en una forma de ser más cercana a la mía, podía haber señalado “Lo que siempre ha estado ahí”, con lo cual habría dejado abierta la sensación de que ha estado hasta hace poco, o que no lo está ahora, o que podría seguir estándolo. La importancia de los verbos no es baladí. Ya saben que un autor levantó toda una edición para cambiar el título de su última novela. Creo recordar que fue el maestro Gabriel García Márquez.
Nuestro eterno joven, nuestro infatigable joven, nuestro amigo incondicional, Marcelino, nos invita, con una ambigüedad a la que no siempre nos tiene acostumbrados, a dar pinceladas sobre la vida, la voluntad, el amor, el concierto vital, el desconcierto, el tiempo, la luz, las sombras, el paso de los años, la curiosidad, los pensamientos de variadas etapas, las inquietudes, los misterios y lo que podemos descubrir al otro lado del horizonte que percibimos de manera cotidiana, los propios dilemas con sus consustanciales problemas de conciencia, la espesura del insomnio y de la noche…
Es la vida misma: todos esos conceptos, todos los sentimientos, toda la significación que emana de palabras manidas, pero, a la vez, íntimas, nos refleja una personalidad dinámica, presta a despejar incógnitas que, en paralelo, nos conducen a otras nuevas, como, por otro lado, es propio de la existencia. Me gusta la apertura que suponen los puntos suspensivos que de vez en cuando utiliza.
Marcelino quiere hallar “la armonía de la forma” en su poema Extravío, y nos “transmite su alma” en Esencia vital y se acerca “a la orilla de la plenitud” con Un hilo de luz, mientras los amores se quedan, como siempre, libres, “en el aire”… La vida es Ganar y perder, “tras calibrar muchos factores,” y mientras las respuestas no llegan toca Crecer, sin más. Lo malo, como antes dije, como el repite, es que “los misterios se eslabonan”, y así quedamos todos, con él a la cabeza.
Me encanta la poesía que, cuando la lees en momentos dispares, ubicas y traduces claves diferentes también. Un ejemplo de este talante en esta obra es su poema Sensaciones:
“Quiero dejarme llevar por las sensaciones;
Aquellas que te hacen sentir distinto,
Pensar diferente y ser y vibrar,
De forma desigual…”

Cuando uno vive su Escenario, ve, en su final, lo que experimentamos muy a menudo:
“Y hoy vivo sin mí, sin ti, sin nada…”

Pese a tormenta que se disipa una y otra vez y nos produce, como a él, como a Marcelino, un cierto cansancio, me quedo con esta parte del poema titulado:“También en los jardines anochece”. Dice así:

Me siento volar hacia distancias
insospechadas, de añoranzas felices y únicas,
y a su encuentro, me hallo ante una laxitud
incomparable en la que flaquea mi cuerpo,
y me relaja de forma absoluta para captar
y absorber a través de mil poros abiertos,
ese momento especial transformado en vida
que me invade y se apodera de mí, con sensaciones
en las que desfallezco y me entrego colmado
de satisfacción mental y espiritual”.

Y añado yo, con permiso del autor:
La misma satisfacción que me propicia leer este trabajo, breve en sus 30 poemas, cortos ellos, pero intensos, densos como la vida misma, haciendo el milagro de sintetizar en palabras nada complejas sentimientos sencillos, eventos cotidianos, experiencias sin batallas, ejercicios de pura salubridad.
Supongo que lo que nos cuenta Marcelino siempre está ahí, siempre lo estuvo y lo estará. Coincido, ahora sí, en la relevancia de utilizar un presente enérgico.
Son, indudablemente, los que nos cuenta, los aspectos vitalistas e ignotos que, para todos, siempre han estado ahí. Marcelino ha sido valiente para expresarlos.
De alguna manera, creo, y lo digo sin soberbia, ni falsa exaltación, Marcelino siempre ha estado en ese punto de la lectura que nos anima en estos momentos, siempre lo está, y hoy, casi sin explicarlo, lo hemos visto, lo hemos palpado y saboreado, y, también casi sin saberlo, lo hemos aprehendido.
Enhorabuena, Marcelino.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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