Abramos esa fe que moverá la comunicación hacia ese umbral que será sobrepasado con garantías y formas cargadas de tesón, de mucho tesón, que siempre funciona. No neguemos la esperanza, sobre todo ahora que tanto la precisamos. Hagamos que funcione el corazón, que nos mostrará alas con las que sobreponernos a los inconvenientes y a los obstáculos que la vida nos vaya poniendo.
Nos debemos sentar ante esa base que nos permitirá construir la pirámide de una credibilidad que nos amansará los ánimos y nos invertirá en los mejores criterios. No paremos en este momento que todo parece tener sentido. Hagamos caso a lo que experimentamos con el tino que nos ha de caracterizar cuando el riesgo es no saber, no conectar, no dar con lo auténtico. La existencia se llena de flores cuando somos capaces de dialogar con la materia que es transparente y hasta olvidadiza.
Hemos de baremar las astucias con esas sombras que nos han de preferir con esas turbulencias que nos ganan con partidas no escritas. Hagamos que funcione ese amor que nos tonificó con unas astucias que nos devoran de vez en cuando con sus entusiasmos relativos. No paremos justo cuando damos con el tono de la memoria, que nos ha de insistir con sus preferencias y perspectivas no definibles.
Nos ganamos con unas alforjas que nos regalan el frescor de la vida que hemos de reinventar a cada instante, en corto, a largo plazo, cada vez que podamos. Contemos lo que necesitamos antes de emprender la singladura del conocimiento. Nada nos ha de faltar: incluso debemos tener presentes los imprevistos, que, antes o después, aparecen. Nos hemos de poner en guardia ante los elementos que nos dejaron en un trámite de raíces breves. Debemos procurar divertirnos, y aprender, y ser con todo el equipaje, y, claro está, con los demás.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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