Auspiciemos las emociones con unos flujos de amores hacia ese instante de honor que todo lo toca y todo lo pone en su sitio. Nos hemos de imponer unas reglas de creencias simpáticas, singulares, selladas sin fuego pero sí con el suficiente ardor.
Nos debemos comprender pacíficamente, abriendo espacios, siendo nosotros mismos. No causemos esas bajas que nos prefieren con sus normas amplificadas para borrar los obstáculos y recoger el abanico de buenas experiencias, que nos nutren de las mejores correcciones.
No simplifiquemos las cuestiones que nos vienen con una realeza que nos define y distingue con palabras que nos son en las noches más largas. Hagamos caso con una impronta divina. Nos hemos de querer mucho.
Los buenos pensamientos generan más empatías, destellos de implicaciones para solventar las diferencias y los vacíos que se puedan producir. Hagamos que las posibilidades sean reales. No nos debilitemos sin complementar y añadir soluciones a las hileras de preguntas, de dudas y ante los lapsus que acontecen con explicaciones y sin ellas. Afrontemos la existencia simplificando procedimientos.
Las brumas de las mañanas han de disiparse con cariño, con esfuerzo por el entendimiento y con la gracia de compartir y siendo solidarios. Merezcamos y hagamos por merecer la dicha a la que tenemos derecho contando lo que somos, lo que hacemos, lo que perseguimos... La comunicación es una pieza clave. Arranquemos con paciencia, buscando la precisión.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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