Fallarás narra el día a día del proceso de empobrecimiento que le ha llevado, como a cientos de miles de personas en España, desde el despido fruto de la crisis económica, hasta la notificación de desahucio. Además, denuncia la actuación de bancos y partidos políticos, se cabrea, analiza el contexto… dibuja, en definitiva, un retrato ácido y tierno, lúcido y valiente de la situación actual de España.
DOSSIER DE PRENSA
El testimonio real de un desahucio contado en primera persona por una periodista y madre de familia que sufrió la misma experiencia que otros centenares de miles de personas en nuestro país. La crónica de una realidad social cuya cifra de afectados continúa aumentando cada día, y que sigue acaparando las portadas de los medios nacionales y extranjeros. Crónica de un desahucio
Son las siete y pico de la tarde y en un céntrico domicilio de la Barcelona de finales de 2012 suena el timbre de la puerta. Los niños, curiosos, salen para ver quién llama, esperando encontrar quizá un amigo de la familia, o un vecino. Al abrir, el mayor anuncia:
-“Mamá, es un señor”.
Por las mañanas, cuando trabajo sola en casa, no suelo abrir la puerta. Las puertas de la mañana siempre abren malas noticias. Pero las ocho menos veinte de la tarde suelen traer amigos o un vecino al que se le ha caído un calcetín.
En cuanto enfrento al tipo del rellano sé lo que ha llegado.
-Le traigo una comunicación del juzgado.”
Así comienza el relato en primera persona de “A la puta calle”, nueva obra de la periodista, escritora y editora Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968), la historia real del largo camino que recorre una familia acomodada de profesionales de clase media desde el bienestar económico hasta la privación y, finalmente, el desahucio en los comienzos de una crisis que empieza a castigar con severidad a sus primeras víctimas.
“A la puta calle” no se trata de una obra de ficción surgida de la imaginación de la autora, sino de su propia historia, una historia real que comienza cuatro años atrás, momento en el que ella es despedida del diario en el que trabaja como subdirectora, estando embarazada de ocho meses. Ahí arranca su particular recorrido de descenso en la escala social que pasa por un progresivo aislamiento social y profesional, estrecheces económicas de todo tipo y aventuras empresariales diversas con el objetivo de mitigar una deuda que, con una familia en marcha, no cesa de crecer.
Este conjunto de elementos, que sobrarían para componer una estupenda novela, tiene un impacto mayor cuando, como es el caso, se trata de una realidad que pone nombre y rostro concretos a una historia que es común también a muchos otros. Como la propia autora dice en las primeras páginas, “Yo soy una más, un ejemplo de todo esto. Solo eso”.
La autora parte de la convicción de que verbalizar las cosas es el primer paso para aceptarlas o para cambiarlas. Como sostiene ella, “lo que no se enuncia, de alguna manera no existe”. Y añade: “Por eso este libro no es una compilación de datos –hay muchas, basta con buscarlas en Internet-, sino la descripción de cómo sucede un desahucio, qué pasos llevan hasta él y cómo afecta a la vida del desahuciado, a su familia y a las relaciones con el entorno”.
Ciertamente, “A la puta calle” es todo eso. Pero también es la crónica de la lucha desigual de una mujer valiente que decide remar a contracorriente a pesar de saber de antemano que todos los vientos soplarán en su contra.
LOS TEMAS DEL LIBRO
La de Cristina Fallarás es una historia que necesita ser contada y que, por tanto, va surgiendo de manera natural. La autora describe, en un estilo áspero y absolutamente auténtico, cómo el mundo alrededor –familia, amigos, trabajo, sentimientos- se van transformando ante una nueva situación no previsible y ciertamente angustiosa. Es un relato que habla de soledad, de rabia, de cambio, de adaptación a una realidad difícilmente soportable. Es una valiente reafirmación de sí misma escrita desde las vísceras; muy probablemente, una manera más de plantarle cara al miedo.
La familia: Cristina, ¿qué va a ser de ti ahora?
La autora relata sus veraneos en una pequeña casa familiar al lado de la playa, padres, hijos y nietos, todos juntos. Con amor pero sin privacidad. Esforzándose por ocultar una angustia que no logra disipar el verano. Su hermana se muestra preocupada por su situación.
“-Ay, Cris, ¿cómo vais a vivir ahora?
Se le llenan los ojos de lágrimas. Mi hermana es una tipa fuerte que ha transitado por el filo de la muerte, colgando de un gotero, más tiempo del que cualquier Superchica podría soportar. Sus lágrimas me pasan una cuchilla por el vientre.
(…)
-No lo sé. ¿Sabes cómo lo veo–crac-? No tengo ninguna salida –crac-. NINGUNA –crac-.
Me rompo, sí, hablan mis mil pedazos”.
Pareja: juntos… ¿hasta cuándo?
La autora aborda el tema de la vida en pareja cuando la pobreza se instala en sus vidas. “Muchas parejas desahuciadas se rompen por el camino”, dice; y alude a esas discusiones “agrias, mezquinas” que a veces se suscitan cuando las pobres condiciones materiales van haciendo mella en el ánimo.
Hijos: sentimientos de culpa y frustración
La autora refleja la impotencia y la pena de no poder cumplir el deseo común en los padres de dar a sus hijos todo aquello que necesitan.
“Pensé en que cuando una tiene hijos debe hacerse responsable de su bienestar y que yo no había cumplido con eso. Son cosas que no puedes evitar pensar”.
“Cuando debes varios meses de dos alumnos y parte de los extraescolares de ajedrez del curso anterior, aquellas esperas [a la puerta del colegio] se convierten en un infierno. Ves desfilar a los padres, pero sobre todo a los profesores y a los miembros del AMPA y piensas que en cualquier momento se van a acerca a ti a recordarte que aquello es un colegio y no un centro de beneficencia.”
Amistad: afectos que se pierden en el camino
Las relaciones de amistad también se vuelven complicadas, y muchas de ellas desaparecen por falta de códigos comunes:
“-Bueno, Cristina, no será para tanto.
-Ah, ¿no?
-Me refiero a que no dejas de hablar de lo mismo”.
-¿Y de qué quieres que hable, del tiempo, de la moda del yo en la novela?
-Estás convirtiendo tu pobreza en un discurso único”.
(…)
“Luego ya viene cuando dejan de llamarte. Ves las fotos. Esas fotos duelen más que el arroz blanco y un ajito. Las cuelgan en Facebook. No formas parte. Por razones evidentes: pérdida de códigos. Sucede un poco más tarde de la una de la mañana aquella en la que un conocido con la birra en la mano te afea estar convirtiendo tu pobreza en un discurso único”.
Ocio: ¿y eso qué es?
La autora describe cómo la diversión, cuando se habita en el planeta de los desposeídos, es algo que queda muy lejos de la realidad.
“-Hola, Cristina.
-Hola, guapa.
-Vamos a salir, ¿te animas?
-Salir, ¿a qué?
-¿Cómo que a qué? Pues yo qué sé, salir a salir, a tomar unas copas.
Salir a tomar unas copas, de golpe, es una idea que se perdió en el tiempo, allá lejos. Y eso lo digo yo, nacida en el 68, adolescente de los 80, polijuerga de los 90.”
Emociones: aflora un “yo” nuevo y desconocido
Rabia, vergüenza, rebeldía… en situaciones límite, las emociones se experimentan con mayor intensidad. Y el humor puede ser una tabla salvación.
Rabia
“Ver llorar a un hombre de 57 años, exactamente 57 confesos, con esas ropas que solían llevar los arquitectos y hasta los concejales de fin de semana, atender a su historia…
-Informático, joder, soy informático, y nunca más voy a tener trabajo. Y ya no cobramos ninguna prestación, ni mi mujer ni yo. ¿Tú sabes lo que es ir a los de la Cruz Roja?”
Vergüenza
“Era la primera vez que me deshacía de algo valioso a cambio de dinero. Me dieron 900 euros. ¿Qué sentí al hacerlo? Sentí vergüenza, claro, y un alivio pequeño, transitorio. Aquello sirvió para pagar algo de deuda de los colegios, algo de deuda para que la empresita invención de no-trabajo pudiera seguir funcionando y, sobre todo, para llenar la nevera y la despensa”.
Humor
“Todavía en la cama, y antes de poner un pie en el suelo, repase los tres básicos: a) somos muchos; b) al fin y al cabo, soy un representante de mi tiempo; y c) hoy también espaguetis, ¡muerte a la proteína! Hecho esto, ya puede pasar al aseo diario, donde el mensaje es solo uno y muy fácil de asumir: las industrias química, cosmética y farmacéutica son un fraude.”
VALORACIÓN
Cristina Fallarás es periodista y escritora, doble condición que ella maneja aquí en perfecto equilibrio. El relato sobre su vida profesional, personal y familiar a lo largo de esos cuatro años críticos es una ágil sucesión de hechos, anécdotas y reflexiones de gran fuerza y enorme carga emocional desprovistos de todo sentimentalismo. A ello hay que añadir la descripción de una realidad social a través del interesante trabajo de documentación realizado por la autora, quien aporta de una manera ágil y oportuna datos no tan conocidos -paro, pobreza, desahucios…- que dibujan un mapa preciso de la realidad social de nuestro tiempo.
El estilo es dinámico y está contado de manera contundente, a veces casi con rabia, y siempre con una enorme lucidez. Los capítulos, breves y de título llamativo, a menudo sarcástico, son como impactos que dan en la diana. El estilo también es rotundo, y en él abundan las frases para la reflexión:
“la miseria es una de las peores formas de soledad”. [pág. 88]
“tu única salida es seguir remando, seguir pedaleando, aferrarte a lo que te has inventado para adaptarte, aunque sea de mentira, las normas de un mundo que no existe ya”. [pág. 97]
“Enunciar es una batalla contra la muerte. Significa que aún puedes luchar”. [110]
“Repaso mis veinticinco personas más cercanas, solo dos y mi cuñado conservan un sueldo”.
O esta pregunta de su hijo de diez años:
“-Mamá, y si nosotros compráramos la ropa que llevo, ¿yo qué estilo tendría?”
El resultado es una obra concebida desde el corazón y muy bien contada que suscita la empatía del lector desde las primeras páginas y que se lee con avidez. “A la puta calle” es a la vez un testimonio personal de gran impacto y un impresionante documento de actualidad para la posteridad, avalado por la firma de una autora que tiene en su haber varios premios literarios.
LA AUTORA
Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968), periodista y escritora, estudió Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona, ciudad en la que sigue residiendo. Ha ejercido como periodista en El Mundo, Cadena Ser, Radio Nacional de España, El Periódico, Antena 3, Cuatro, COM Ràdio y Radio Principado de Asturias. Ha sido (por este orden) redactora de calle, entrevistadora, reportera, guionista de radio y televisión, columnista política, columnista cultural, articulista, jefa de sección, jefa de redacción y subdirectora. Participó en el diseño de la redacción del diario ADN, del que es cofundadora y donde ejerció de subdirectora, y colaboró en el proyecto periodístico del diario online Factual, del que también es cofundadora y del que creó la redacción y ejerció de subdirectora.
Es autora de las novelas Rupturas, No acaba la noche, Así murió el poeta Guadalupe, Las niñas perdidas y Últimos días en el Puesto del Este, por las que ha recibido varios premios, así como de diversos relatos dispersos por una decena de antologías de ficción.
Actualmente dirige la página de debate y la editorial Sigueleyendo.es, creadas por ella, y trabaja de asesora en temas de comunicación online para el sector editorial y los medios de comunicación. Tiene un blog en el diario El Mundo en la sección «Ellas».
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