No hay nada que tenga más valor que la vida: hablo de la
existencia de la Naturaleza, que, obviamente, incluye al ser humano, como
referencia de todo lo creado. No aludo, no quiero al menos, a un sentido
dogmático o religioso. Gloso la relevancia de estar, de poder, de intentar, de
seguir, de compartir, de ser feliz.
Cuando uno ve los lamentos de otros, de compañeros nuestros
de viaje, que son heridos, maltratados, fastidiados, rotos, dejados en soledad,
muertos incluso, discriminados..., cuando los observamos desde las pantallas de
nuestro televisor, e incluso a veces por los laterales de nuestras historias,
no terminamos de comprender qué es lo que pasa. Todos somos iguales en el
Ecosistema, ¡pero hay tantos y tantos que son relegados en función de su condición,
de sus circunstancias, de su suerte... mala!
Nada de cuanto sucede, se suele decir, no es ajeno. Todo
repercute alrededor, en nuestras estancias o en otras próximas, procurando o
evitando, cada evento, que acontezca lo que define fundamentos y accesorios que
complementan y contextualizan lo que es y/o lo que será.
En ocasiones parece como si las vidas fueran paralelas, sin
explicaciones, sin conexiones entre sí. Nos equivocamos con tal percepción,
como la Paloma, confundida por gritos y desesperanzas, por ruindades y anhelos
que nos debilitan y fracturan haciendo que el sistema, en verdad, no resulte.
Es como si no supiéramos, como si no quisiéramos aprender,
que sólo juntos hay futuro, que únicamente en la unión se encuentran valores y
fuerza. No detectamos que las esencias están en dejar ejemplos y no economía en
exclusiva. Es comprobable que el dinero mueve la investigación, la educación,
la generación de más riqueza, los avances, pero, al tiempo, debe tenerse en
cuenta que el fin primordial es el ser humano y el conjunto de un Planeta que
nos viene prestado durante el corto itinerario en el que estamos en él.
La medida de todo es la persona y los seres que cohabitan
con nosotros. No hay nada que justifique el dolor y la multitud torpezas que nos
envuelven con sábanas oscuras. El porqué y el para qué hacemos ciertas
actividades han de ser las cuestionadas premisas de los deberes cotidianos. No
siempre dedicamos unos minutos a ello, esto es, a analizar lo que realizamos
Se desarrolla mucho, bueno y malo, bello y opaco, con
premura y sin ella, básico y prescindible. Hemos de perseguir ese maravilloso
equilibrio que siempre consiga decantarse por la vida y lo óptimo, por el
triunfo del bien. Aunque los avances sean cortos y lentos se han de gestar y llevar
a cabo. El salario cosechado es la felicidad.
Por un mundo mejor
Frente a la cara de los atropellos que divisamos cada día,
prefiramos hallar, en las mismas situaciones, a los auténticos héroes, la
mayoría anónimos, que luchan por un mundo mejor, más leal. Sin ellos nada
tendría una interpretación aceptable. ¿De qué nos sirve todo el oro del mundo,
toda la sabiduría acaparada, si no nos empleamos con un sentimiento de caridad
hacia los últimos? No todo se puede comprar ni pagar, y es bueno que sea de
esta guisa.
Por ende, a modo de corolario, y sin ánimo de acotar
desde un cierto sesgo los acontecimientos, resalto
lo que recientemente escribí:
“¡¡¡Dios
(como quiera que lo concibamos, pero siempre como símbolo de Paz y de Amor)
bendiga a los que cada día se juegan la vida por salvar a quienes vienen a
Europa (o a otras partes de la Tierra) en busca de un mundo mejor!!! De ellos
es el Reino de la bendita Locura de estar aquí. No tiene, la existencia, más
sentido que el prójimo”. Son un ejemplo, pero hay miles, por fortuna, como
estrellas en el firmamento.
El que piense otra cosa que sepa que no está en el partido,
y, aunque lo gane, más pronto que tarde lo perderá, y con él nos arrastrará a
los demás. ¡Fíjense que responsabilidad!
Juan Tomás Frutos.