Hace tiempo que aprendí que lo malo no conduce a
ninguna parte fructífera. No procura beneficios, nunca. No hay más que “tirar”
un poco de la historia para ver mil ejemplos de lo que suponen las nefastas
conductas y la pésima fe en nuestros comportamientos generales y específicos. Al
filósofo Blaise Pascal le preocupaba, como a mí, que a veces, que muchas, triunfe
lo negativo. Cuando sea así, cuando surge lo peor, que es en más oportunidades
de las deseables, lo que conviene es ponernos un trecho cronológico más amplio
que ubicará al malhechor donde se merece, donde la historia acaba subrayando a
los de su calaña. Eso nos dará fuerzas para ayudar a la mudanza que elucubramos
y podremos contribuir con más destreza al cambio.
Hay emociones de todo tipo: algunas de las menos
“sustentables” se prodigan en su margen peyorativo. Entre ellas hay una, sin
lugar a dudas, más desesperante y diáfana en el rechazo, que es la impronta de
esos eventos que descuellan en torno a los “hipócritas”, que los hay por
doquier: rompen por acción y omisión, y protagonizan vidas paralelas a la
oscuridad que caracteriza sus ideales y comportamientos escondidos.
Dicen querer y odian, dicen alegrarse y viciosamente
envidian, prefieren no tener con tal de que otros no disfruten, y por eso se
agazapan en historias mediocres y, cuando parecen en zonas o áreas más altas,
están llenas de desasosiego por conservar lo que, en ocasiones, consiguen con
dolor propio y ajeno. Experimentan etapas y circunstancias que no son las suyas,
aunque deben decir que lo son para representar papeles estériles que solo
producen desdicha. Son seres ficticios, que, reiteradamente, detectamos pero
que dejamos que avancen para evitarnos problemas. Erramos con esa postura.
Es, éste, todo el tiempo que quería dedicarles (a
esos insanos), porque, en contraposición, hay amigos fundamentales que nos
quieren a rabiar, que nos defienden a capa y espada, y que nos proponen
explicaciones y dedicatorias que nos conducen por ratios y sendas maravillosas.
De ellos aprendemos mucho. Fundamentalmente, nos enganchamos a sus excelentes
personalidades, que tanto nos han brindado.
Ser hospitalarios, advertir y compartir la
solidaridad, soñar y hacer realidad las sonrisas de los más pequeños, y de
nuestros mayores, de la sociedad toda, es la primera-segunda obligación que
hemos de ejercer, como recordaba Mario
Moreno, a la par con los otros y, por supuesto, con nosotros mismos.
Libertad y amor
El cariño, como los buenos anhelos, como los gestos
y los hábitos estructurales de mejora y de cooperación en libertad e igualdad,
es el cimiento que nos construye en lo personal y en lo colectivo, haciendo
patentes que las capacidades son inmensas, casi infinitas, para expandirnos por
el firmamento de las ilusiones, tan básicas.
Hay estampas para todos los gustos: los placeres que
hemos de fomentar son, precisamente, los que atañen a la verdad desde la
intención loable y leal para los ecosistemas en los que nos inmiscuimos. Abonemos
donde precisamos. Hemos de ser valientes para optar por los más acordes a
nuestras perspectivas. Dejar hacer no es una buena política. Nunca lo es.
Hemos de acompañar los brillantes y provechosos
fines con el decoro de la educación, de los actos de compañerismo y desde el
entusiasmo por el mañana, en el que todos hemos de contar. Nos debemos permitir volar para ver, para
saborear con la óptica conveniente, para saber en qué consiste amar y ser
amados sin medias tintas, sin dobladas atenciones, persiguiendo y tomando la
jovialidad que eleva y distingue. No debemos pasar sin ella.
Juan TOMÁS FRUTOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario