En la sociedad actual corremos demasiado de un lado
para otro: nos movemos con unas prisas que son, sin duda, como dice el refrán,
malas consejeras. Es una evidencia. Hay, además, una falta de coherencia, de
cohesión, entre nuestros pensamientos y unos actos que brotan de destinos
sugerentes, pero que no siempre indagan donde deben y como deberían hacerlo. Rechazamos
posibilidades.
El conocimiento, quizá por las celeridades, puede
que por el hartazgo, por las distancias, por la falta de medios, por las
saturaciones, por los silencios, por hablar de más, por todo, por nada, nos ha
llevado a una apariencia, en multitud de ocasiones, que fragmenta la realidad
misma. Se produce así una distorsión que admite difíciles remedios.
Con certeza podemos decir que proliferan las medias
verdades, que son las peores mentiras. Lo malo no es cuando esto sucede de
manera espontánea, que no es lo deseable, por supuesto, sino cuando de manera
intencionada decimos ideas o pretendidos hechos que carecen de destellos principales
o accesorios y que nos dificultan el análisis y el discernimiento.
“Peor que hubiera ocurrido es que lo hubieras
deseado”, sentencia el legendario Rob
Roy. Inquietantemente nos
encontramos con gentes que anhelan, en función de sus intereses personales, una
derrota o pérdida de los otros. Incluso los hay que fingen o que dictan
resoluciones u opiniones a sabiendas que han leído las frases por la mitad,
desde un sesgo que diáfanamente inutiliza esa persecución de la veracidad que
pregonan expertos y filósofos en su apuesta por la felicidad.
Determinan algunos “apreciar” sin tener a nadie
cerca, o indican, genéricamente, un cierto hastío para no reconocer su egoísmo
o envidia. Otros se muestran cansados para no subrayar su pereza. Los hay que
descuellan lo equivocado para no evocar sus diferencias y penalidades.
Reseñemos, igualmente, aquellos que, para representar a muchos, desempeñan o
enarbolan papeles distintos, poco comedidos, improvisados, para los que no
están preparados: en su superficialidad aprendida interpretan engañosos
caracteres que enturbian las miradas y las relaciones. Son capaces de hacer
todo.
Los que albergan esta actitud son peligrosos. Lo
sabemos, pero, a menudo, andamos con miedo al que harán o al que glosarán,
constatando que estamos educando una sociedad demasiado permisiva con actitudes
“sonrojantes”. Dejamos que el mercado, como decían los liberales, se regule por
sí mismo, cuando experimentamos que es crucial la intervención de la ley y de
la justicia para que no se propaguen actuaciones viles, ruinosas y cobardemente
estériles. Hay quienes quieren ganar todas las carreras con una amplia ventaja,
y hasta con trampas. En muchas oportunidades los detectamos, y nos engañamos
con nuestras omisiones no rentables.
Entre decisiones
Todos tenemos “un vuelva usted, o tú, mañana”, o un “lo
voy a intentar”, o puede que incluso “un estoy contigo”. Vemos que, llegado el
momento, se calculan las fuerzas y, desde su quehacer ventajista, te dejan (¿abandonan?)
donde nunca quisiste estar. La soledad es una mala compañera, pero no es tan
pésima si sabemos sacarle el partido de la verdad y con un propósito de
enmienda.
Cada ser humano pasa por coyunturas que le hacen
tomar decisiones que podemos tildar de límites y no siempre ponderables en
positivo. Eso se entiende, pero lo que no se comprende es que se perpetúen en
el tiempo o incluso percibiendo a priori un beneficio respecto de los demás que
podemos calificar de “aprovechamiento”.
Por otro lado, como la fortuna a veces sonríe,
tengamos en cuenta que los premios, las situaciones de buen tino, nos han de
servir para ganar tiempo con el afán de merecerlas completamente. Convendría
admirar lo óptimo así en un universo que se complica desde lo más nimio en pos
de protagonismos vencidos.
Ganar todo el oro, un cargo, una posición, un
galardón, un deseo que otros ansían mudando y oscureciendo los objetivos
primordiales, con un “todo vale”, con ese “fin que justifica los medios”, nos
ha llevado, en muchos territorios, a una comunidad hostil que se pervierte y
paraliza.
Aunque solo sea porque los “beneficios” no son
tales, como observamos en el medio o largo plazo, cambiemos el perfil y seamos
más honestos. No olvidemos tampoco que los silencios no son rentables y que
cuando comportamientos minoritarios se imponen desde la carencia de pudor hay
una responsabilidad en la mayoría que mira hacia otro lado.
La hipocresía y las mentiras, a veces vestidas de
etiqueta madura y sensata, no son itinerarios de futuro. El punto de crisis en
el que estamos, que, fundamentalmente, es de valores, nos debería conducir a
corregir posiciones, como dicen los que viven de lo financiero, y hacernos un “hueco”
donde aún existe la dicha. Después de todo, ¿para qué hemos venido hasta aquí?
Juan TOMÁS FRUTOS.
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