Nos subimos a esa barca
que
navega sola,
contra
el viento,
con
mar revuelta,
en
calma, emocionada,
contigo,
siempre contigo,
enamorada,
apasionada,
de
lo que somos.
Nos
quiere esa nave
como
aparecemos,
porque
nos transformamos en ella,
por
las alegrías que fomenta,
por
las tristezas que mitiga.
Hay
cercanías
en
cada gozo, en cada lugar,
entre
fermentos que nos unen
a la
pretensión más bella.
Nos
lleva la embarcación
a
donde los sueños se cumplen
con
una intención conveniente.
Hay
tranquilidad
y
también mucha algarabía,
que
de todo debe suceder
si
queremos ser dichosos
en
el equilibrio existencial.
Viajamos
en una nao posible:
con
ella damos la bienvenida,
nos
despedimos,
y
nos volvemos a ver.
La
singladura es cíclica,
como
ese viaje
que
desarrollamos por la Tierra.
En
realidad, nada se va de aquí.
Juan Tomás Frutos.
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