Los días de lluvia tienen algo especial. Los
advertimos como inusuales en las tierras del sur, porque lo son, y eso les
caracteriza como buenos a priori. Además, el agua limpia: quita la suciedad, la
polución, del medio ambiente, del ecosistema. En paralelo, nos lleva a nuestro
origen, siempre en el líquido elemento.
También el agua es algo que no debe faltar. No debe
en un mundo que tiene tres cuartas partes de ella, y que, con lo que sabemos y
podemos, con el instrumental y el raciocinio, con el agua, insistamos, estamos
preparados para plantearnos alternativas, que existen.
Como captamos, el mundo en transformación en el que
estamos no tiene modelos únicos. Tampoco debe. Nos sostenemos sobre bases que
han de albergar como genuina verdad la necesidad de entendernos, de
relacionarnos en positivo, desde el consenso basado en el diálogo, que es
factible en toda dimensión o ámbito.
Llueve, y eso consuela y mitiga, pero es también el
indicativo de que lo que viene del cielo es de todos y para todos. Si hay un
Dios, seguro que no quiere más a unos hijos que a otros, y por ello debemos
concitarnos sobre el hecho de que se alegrará de que compartamos, activemos y
mejoremos los recursos disponibles en el afán de dejar un planeta salubre.
Por mucho que debatamos y que pensemos en días
aciagos que no es posible, hemos de esgrimir el convencimiento de somos muy
capaces, más de lo que nos confesamos en público. La lluvia, no lo olvidemos,
es renovación: seguro que elimina y hace diáfanas las opacidades que nos quieren
vender. Opciones siempre hay, como siempre hay esperanza.
Juan TOMÁS FRUTOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario