sábado, 2 de diciembre de 2017

Lluvia

Los días de lluvia tienen algo especial. Los advertimos como inusuales en las tierras del sur, porque lo son, y eso les caracteriza como buenos a priori. Además, el agua limpia: quita la suciedad, la polución, del medio ambiente, del ecosistema. En paralelo, nos lleva a nuestro origen, siempre en el líquido elemento.
También el agua es algo que no debe faltar. No debe en un mundo que tiene tres cuartas partes de ella, y que, con lo que sabemos y podemos, con el instrumental y el raciocinio, con el agua, insistamos, estamos preparados para plantearnos alternativas, que existen.
Como captamos, el mundo en transformación en el que estamos no tiene modelos únicos. Tampoco debe. Nos sostenemos sobre bases que han de albergar como genuina verdad la necesidad de entendernos, de relacionarnos en positivo, desde el consenso basado en el diálogo, que es factible en toda dimensión o ámbito.
Llueve, y eso consuela y mitiga, pero es también el indicativo de que lo que viene del cielo es de todos y para todos. Si hay un Dios, seguro que no quiere más a unos hijos que a otros, y por ello debemos concitarnos sobre el hecho de que se alegrará de que compartamos, activemos y mejoremos los recursos disponibles en el afán de dejar un planeta salubre.
Por mucho que debatamos y que pensemos en días aciagos que no es posible, hemos de esgrimir el convencimiento de somos muy capaces, más de lo que nos confesamos en público. La lluvia, no lo olvidemos, es renovación: seguro que elimina y hace diáfanas las opacidades que nos quieren vender. Opciones siempre hay, como siempre hay esperanza.

Juan TOMÁS FRUTOS. 

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